Domingo 2ª Semana Ordinario 4ª de Salterio
San Mario.
Primera lectura: Is 62,1-5;
Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo. Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Salmo: Sal 95, 1-3. 7-8a. 9-10a y c;
R/. Cuenten las maravillas del Señor a todas las naciones.
Canten al Señor un cántico nuevo, canten al Señor, toda la tierra; canten al Señor, bendigan su Nombre. R/.
Proclamen día tras día su victoria. Cuenten a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. R/.
Familias de los pueblos, aclamen al Señor, aclamen la gloria y el poder del Señor; aclamen la gloria del Nombre del Señor. R/.
Póstrense ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su Presencia la tierra toda. Digan a los pueblos: «El Señor es rey: Él gobierna a los pueblos rectamente». R/.
Segunda lectura: I Cor 12,4-11;
Hermanos, hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A este se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.
Evangelio: Jn 2,1-12.
A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Reflexión:
En Caná realizó Jesús sus dos primeros “signos”. Este es el “primero”, que ya anuncia un cambio de época. Se ha agotado una, la de la Ley y los Profetas; florece una nueva, la del Reino de Dios. Hay un cambio de “cepa”. Frente a la cepa Israel, la cepa Jesús. Tres elementos a destacar en el “signo”: el banquete nupcial, evocador del festín de las bodas del Cordero (Ap 19,7-9); el vino, que apunta a la gran aportación de Jesús, que no es más vino del mismo vino, sino “otro” vino, servido por Dios en “la plenitud de los tiempos” (Gál 4,4), y la hora, que se consumará en la Cruz (Jn 17,1). Caná es espacio revelador donde Jesús manifestó su gloria, y se manifestó como el novio de las bodas definitivas (Ap 19,7; 21,2).