De cómo fray Leopoldo se preocupaba con delicadeza, de las necesidades de los demás

Con motivo de la celebración del día de Fray Leopoldo, ofrecemos esta "florecilla" íntegra que periódicamente publicamos en nuestras revistas "Capuchinos Editorial" y "El Santo". Desemos disfruten de su lectura.

 De cómo fray Leopoldo se preocupaba con delicadeza, de las necesidades de los demás

Relatan las crónicas franciscanas que cierto día, Francisco y un compañero llegaron al atardecer a casa de un hombre cortés e hidalgo que les recibió y hospedó con grandísima devoción y cortesía, como a ángeles del cielo. Aquel gentil hombre los había abrazado y besado amigablemente, les había lavado los pies, se los había enjugado y besado humildemente, había encendido el fuego y preparado la mesa con muchos y buenos manjares y los había servido con alegre semblante.
 
Una vez que repusieron fuerzas, Francisco y su compañero, abandonaron la casa y retomaron el camino polvoriento y, por el angosto sendero que se hundía en el bosque se fueron adentrando en la espesura de la arboleda bajo la luz de la luna llena. Y en un lugar donde el sendero se hacía más difícil, se sentaron ambos al borde del camino sobre unas rocosas piedras que se encontraron. Francisco no salía de su asombro ante tanta cortesía, amabilidad y generoso ofrecimiento y comentó a su compañero:
En verdad que este hombre era bueno para nuestra compañía. ¡Es tan agradable y reconocido a Dios, y tan amable y cortés con el prójimo y con los pobres! Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es una de las propiedades de Dios, que por cortesía da el sol y la lluvia a justos e injustos, y es hermana de la caridad, que apaga el odio y fomenta el amor”.
 
De natural rudo, Fray Leopoldo se había dejado pulir por la gracia, dejando que Dios refinara su espíritu. Y al calor de este relato franciscano y las palabras de Francisco sobre la cortesía de aquel gentil hombre, al calor también de las palabras de Pablo en su 1a Carta a los Corintios: “El amor es paciente, es afable no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo... no se exaspera ni lleva cuentas del mal...”, Fray Leopoldo había descubierto el verdadero sentido de la delicadeza y de la cortesía para con los demás. Su finura social es digna de admirar.

Resulta asombroso verlo tratar con finísima educación con las personas más distinguidas de la sociedad. Dicen, los que lo conocieron, que su conversación era de una finura tan exquisita que daba gusto tratar con él. Había que verlo a sus años, apoyado en su bastón, subir penosamente las escaleras de un bloque de pisos, llamar a la puerta y preguntar: ¿Cómo está su esposo? o ¿Cómo está su señora? Bien, Fray Leopoldo, ¿Y su hija mayor?, ¿Y sus hijos pequeños?, ¿Y la muchacha? Se dio el caso de preguntar al Gobernador Civil de Granada por su señora siendo éste soltero. Su cortesía no era otra cosa que el fruto de su exquisita caridad para con los demás. 
 
En los años del “hambre”, pasó por el convento de Granada el religioso que en los últimos años de su vida sería su enfermero. En aquellos años tenían los religiosos racionados el pan y el azúcar en el desayuno. Un día, sin embargo, nadie reparó en que el religioso huésped sólo tenía para el desayuno un poco de café de cebada. Bueno, alguien se había percatado de ello, era Fray Leopoldo que con su fina sensibilidad y exquisita caridad se había dado cuenta. Y durante aquellos días, a la hora del desayuno, iba a buscar a aquel huésped para compartir con él su pequeña porción de pan y azúcar.
 
En alabanza de Cristo y de su siervo Francisco. Amén.
Hno. Alfonso Ramírez Peralbo, Vicepostulador
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