Al final, Hermano

En el silencio de la Porciúncula, cuando la vida terrenal tocaba a su fin, Francisco no temió a la muerte, sino que la llamó con ternura: “Hermana muerte corporal.” En ese momento de tránsito, su corazón repasó con gratitud cada paso que lo había acercado a Cristo.

Al final, Hermano

Recordó su juventud inquieta y cómoda, las fiestas y los sueños de gloria. Recordó el instante en que, frente al leproso, el asco se transformó en compasión y su alma despertó. Recordó el abandono confiado ante el obispo, desnudo, libre, diciendo: “Ahora puedo decir con toda verdad: Padre nuestro que estás en el cielo.”

Volvió a pasar por su corazón la fraternidad naciente, los caminos recorridos con sus hermanos, la alegría de vivir sin nada, pero teniéndolo todo, el regalo de la hermana Clara... Evocó la sonrisa del niño de Belén al que pudo acunar, y también los momentos de soledad en el monte Alvernia, donde el amor lo marcó con los signos de la cruz. Y en su memoria, el Cántico de las criaturas seguía cantando: una alabanza que había nacido en la enfermedad, en la pobreza, en el dolor, pero también en la luz.

Francisco murió pobre, tendido en el suelo, rodeado de hermanos, con la mirada puesta en Cristo y el alma llena de paz. Y en esa última mirada interior, reconoció que cada experiencia —la alegría, el sufrimiento, el servicio, la fraternidad— había sido parte del camino que lo conformó a imagen del amado.

El tránsito de Francisco fue una despedida serena, profundamente humana y profundamente divina. Francisco entrega su aliento último no con temor, sino con gratitud: por haber amado, por haber servido, por haber sido transformado en otro Cristo. Por eso Francisco no muere, sino que transita de una vida a la otra.

Los últimos episodios de su vida, cuyos centenarios hemos celebrado, se recogen en este cartel como un lienzo de gestos sencillos y palabras encendidas: la visión del niño de Belén, el Cántico de las hermanas criaturas, y las heridas de amor que marcaron su cuerpo.

Encontramos también dos elementos significativos en su vida: la hermana Clara y Asís, su ciudad natal y lugar predilecto de aquellos que buscan la paz y el encuentro con Dios.

Además, una sencilla nota anuncia el motivo del próximo Centenario: su vuelo sencillo hacia Dios; y el comienzo de su Testamento nos advierte que su propuesta de vida permanece vigente ocho siglos después.

El cartel, a modo de moodboard, no sólo recuerda el Centenario de su muerte, sino que narra visualmente el alma de su vida: una historia de fraternidad, pobreza luminosa y alabanza hasta el final. Un testimonio gráfico del paso del pobrecillo de Asís hacia la plenitud del Amor que tanto buscó.

  • Compártelo!