Sábado Ordinario 30ª Semana de Solemnidad

Todos los Santos

Primera lectura: Ap 7,2-4. 9-14;

Yo, Juan, vi después a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios». Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.

Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!». Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo: «Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén». Y uno de los ancianos me dijo: «Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?». Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás». Él me respondió: «Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. 


Salmo: Sal 23,1b-4b. 5-6;

R/. Este es el grupo que viene a tu Presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. R/.

¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. R/.

Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación. Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu Presencia, Dios de Jacob. R/.


Segunda lectura: 1 Jn 3,1-3;

Queridos hermanos: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.


Evangelio: Mt 5,1-12a.

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. 6Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.  Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.  Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.


Reflexión:

La Iglesia celebra hoy una de sus notas específicas: la santidad. “Sed santos” (Mt 5,48) nos recomendó Jesús, y oró: “Padre, santifícalos” (Jn 17,17). Consciente de esta necesidad, la 1ª Carta de Pedro nos exhorta: “Como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en vuestra conducta” (1,15).Y san Pablo: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que habéis sido llamados por él, cuál la gloriosa riqueza otorgada por él en herencia a los santos” (Ef 1,17-18). La santidad, nuestro horizonte y nuestra vocación, no es exterioridad ni ruido sino la situación del hombre unido a Dios y a los hermanos por una vivencia coherente de la fe, ayudados por la gracia de Dios. ¿Nos motiva?


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