Domingo Ordinario 30ª Semana 4ª de Salterio
Beato Buenaventura de Potenza, San Felicísimo.
Primera lectura: Eclo 35,15b-17. 20-22a;
¿No corren por sus mejillas las lágrimas de la viuda y su clamor contra el que las provocó? Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. Hasta quebrantar los lomos de los despiadados, y tomar venganza de las naciones; hasta exterminar a los soberbios, y quebrar el cetro de los injustos; hasta pagar a cada cual según sus acciones.
Salmo: Sal 33,2-3. 17-18. 19 y 23;
R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. /R.
El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. /R.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. /R.
Salmo: Sal 33,2-3. 17-18. 19 y 23;
R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. /R.
El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias. /R.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él. /R.
Segunda lectura: II Tim 4,6-8. 16-18;
Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. con amor su manifestación.
Evangelio: Lc 18,9-14.
Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. 11El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Reflexión:
Con esta parábola Jesús invita al examen de conciencia. Por medio del contraste, quizá hasta caricaturesco, Jesús quiere denunciar los planteamientos equivocados de una religión inclinada a hacer cuentas con Dios. El hombre no se justifica ante Dios; es Dios quien justifica al hombre. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10). Para acceder a Dios hay que caminar por el camino de la verdadera humildad, que fue el camino por el que Dios ha venido a nosotros (Flp 2, 5-11). No basta con subir al templo a rezar, hay que ver cómo se sube y cómo se ora. El fariseo, erguido, reclama la salvación como “mérito”, el publicano, postrado, ruega el perdón como “gracia”. Pero “éste bajó a su casa justificado y aquél no”.