Sábado Ordinario 10ª Semana 4ª de Salterio

San Elíseo

Primera lectura: IIª Cor 5,14-21;

Porque nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo. Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.


Salmo: Sal 102,1b-2. 2-4. 8-9. 11-12;

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre. 

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. 

 

Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa,

y te colma de gracia y de ternura.

 

El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia. 

No está siempre acusando

ni guarda rencor perpetuo.

 

Como se levanta el cielo sobre la tierra,

se levanta su bondad sobre los que lo temen; 

como dista el oriente del ocaso,

así aleja de nosotros nuestros delitos. 


Evangelio: Mt 5,33-37.

y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno. 


Reflexión:

No al doble lenguaje: “Vuestro hablar sí, sea sí; no, sea no”. Ante Dios y ante los hombres, claridad y verdad. El cristiano debe ser un testigo del gran SÍ de Dios que es Jesucristo. Nada de ambigüedades ni en las palabras ni en las obras: “Que al ver vuestra conducta den gloria  vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Dada la desconfianza que existe entre los hombres, hay que recurrir a formas solemnes para garantizar la verdad. Jesús con su propuesta del sí y el no, quiere recuperar el clima de confianza. Es contrario no solo a los juramentos en falso, sino a los juramentos en sí. Hay que devolver a la palabra humana la credibilidad original: el sí y el no deberían bastar para clarificar nuestras posturas. En el lenguaje: verdad, claridad y caridad.


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