Sábado Ordinario 27ª Semana 1ª de Salterio
San Juan XXIII, Santa Soledad Torres Acosta.
Primera lectura: Jl 4,12-21;
Que se movilicen y suban las naciones al valle de Josafat, pues allá voy a plantar mi trono para juzgar a todos los pueblos de alrededor. Echad la hoz, pues la mies está madura; venid a pisar la uva, que el lagar está repleto y las cubas rebosan. ¡Tan enorme es su maldad! ¡Muchedumbres, muchedumbres en el valle de Josafat! Pues se acerca el Día del Señor en el valle de la Decisión. Se oscurecerán el sol y la luna, y las estrellas perderán su brillo. El Señor ruge en Sión y da voces en Jerusalén; temblarán cielos y tierra. Pero el Señor es abrigo para su pueblo, refugio para los hijos de Israel. Sabréis que yo soy el Señor, vuestro Dios que vive en Sión, mi santo monte. Jerusalén será santa y los extranjeros no pasarán más por ella. Aquel día las montañas chorrearán vino nuevo, las colinas rezumarán leche y todos los torrentes de Judá bajarán rebosantes. Y brotará una fuente de la casa del Señor que regará el valle de Sitín. Egipto será una desolación y Edón un desierto solitario, por la violencia ejercida contra Judá, cuya sangre inocente derramaron en su país. Judá será habitada para siempre y Jerusalén de generación en generación. Vengaré su sangre, no quedará impune. El Señor vive en Sión.
Salmo: Sal 96,1-2. 5-6. 11-12;
R/. Alégrense, justos, con el Señor.
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono. R/.
Los montes se derriten como cera ante el Señor, ante el Señor de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.
Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alégrense, justos, con el Señor, celebren su santo nombre. R/.
Evangelio: Lc 11,27-28.
Mientras él hablaba estas cosas, aconteció que una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Pero él dijo: «Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Reflexión:
Esta bienaventuranza es doblemente significativa. Jesús no reniega de sus orígenes, pero introduce una clarificación. Por una parte, singulariza a su madre, quien ya desde el principio se había presentado con una actitud de entrega total a Dios -“Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38)- y, por otra, especifica el verdadero parentesco con el que él se identifica: el de “los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21). ¡Escuchar y cumplir! Porque “No el que dice: `Señor, Señor´, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt ,21; cf Mc 4,1-20). Y nadie lo hizo mejor que María, su madre, interiorizada por la Palabra, hasta ser hecha su madre, e interiorizadora de la Palabra, hasta hacerla su hijo.