Miércoles 22º semana Tiempo Ordinario 2ª de salterio

Santa Rosalía.

Primera lectura: 1 Corintios 3, 1-9

Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificio de Dios.
 


Salmo: 32, 12-13. 14-15. 20-21

R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad suya.
 


Evangelio: Lucas 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir de la sinagoga, Jesús fue a casa de Simón.
La suegra de Simón estaba enferma, con fiebre muy alta, y rogaron a Jesús que la curase.
Jesús, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y la fiebre desapareció. La enferma se levantó inmediatamente y se puso a atenderlos.
A la puesta del sol, llevaron ante Jesús toda clase de enfermos, y él los curaba poniendo las manos sobre cada uno.
Muchos estaban poseídos por demonios, que salían de ellos gritando:
—¡Tú eres el Hijo de Dios!
Pero Jesús los increpaba y no les permitía que hablaran de él, porque sabían que era el Mesías.
Al hacerse de día, Jesús salió de la ciudad y se retiró a un lugar solitario.
La gente estaba buscándolo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para impedir que se fuera de allí.
Pero Jesús les dijo:
—Tengo que ir también a otras ciudades, a llevarles la buena noticia del reino de Dios, pues para eso he sido enviado.
Y andaba proclamando el mensaje por las sinagogas de Judea.

 


Reflexión:

Jesús trabaja y ora. Su misión es anunciar y ser Evangelio. No solo atiende a las masas; busca la intimidad con el Padre. La curación de la suegra de Pedro nos habla de delicadeza y de gratitud hacia aquella mujer, que, seguramente, tantas veces le cuidó en su casa. Pero hay algo más, esa curación nos dice que también está dispuesto a curar también nuestras “fiebres” de poder, de dinero… Unas fiebres que nos “postran” en ansiedades y egoísmos. Y no se deja instrumentalizar Las aclamaciones no suelen ser duraderas y casi siempre interesadas. Jesús no quiere ser identificado con un “fenómeno” de masas, siempre volubles, sino con el Heraldo del Evangelio de la salvación. Anunciar el Reino -hablar-, hacerlo presente -curar- y orar: son los verbos que ocupan la agenda diaria de Jesús, sin dejarse hipotecar por nada ni por nadie. Las tres son importantes.
 


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