Miércoles Pascua 7ª Semana 3ª de Salterio

San Francisco Caracciolo

Primera lectura: Hch 20,28-38;

Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. 

Yo sé que, cuando os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces, que no tendrán piedad del rebaño. 

Incluso de entre vosotros mismos surgirán algunos que hablarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí. 

Por eso, estad alerta: acordaos de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular. 

Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene poder para construiros y haceros partícipes de la herencia con todos los santificados. 

De ninguno he codiciado dinero, oro ni ropa. 

Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y las de los que están conmigo. 

Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir”». 

Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. 

Entonces todos comenzaron a llorar y, echándose al cuello de Pablo, lo besaban; lo que más pena les daba de lo que había dicho era que no volverían a ver su rostro. Y lo acompañaron hasta la nave.


Salmo: Sal 67,29-30. 33-35a. 35bc y 36;

R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios

Oh, Dios, despliega tu poder,

tu poder, oh, Dios, que actúa en favor nuestro.

A tu templo de Jerusalén

traigan los reyes su tributo. R/.

 

Reyes de la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, tocad para Dios, que avanza por los cielos, los cielos antiquísimos;

que lanza su voz, su voz poderosa.

«Reconoced el poder de Dios». R/.

 

Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes.

¡Dios sea bendito! R/.


Evangelio: Jn 17,11b-19.

Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. 

Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. 

Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría cumplida. 

Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 

No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. 

No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 

Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. 

Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. 

Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.


Reflexión:

Continúa Jesús sus confidencias con el Padre. Jesús vive tensionado por dos polos de atracción: el Padre y los que el Padre les confió. Son también suyos, y por ellos ora. Durante su vida él fue su Maestro, su seguridad, su referente, su inspirador. Ahora han de caminar “solos”, pero solos no podrán hacerlo, por eso los confía al cuidado del Padre. Tendrán retos difíciles de afrontar en un mundo hostil, “porque no son del mundo”. Ahora serán los continuadores de la misión que el Padre le encomendó a él. Ora por ellos. No pide una protección “infantil”, no pide que los saque del mundo, sino que los libre del maligno. Pide la unidad, la alegría y la verdad como actitudes existenciales: vivir en la unidad, la alegría y la verdad. Así serán sus testigos.


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