Martes Pascua 7ª Semana 3ª de Salterio

San Carlos Lwanga, Compañeros Mártires.

Primera lectura: Hch 20,17-27;

En aquellos días. desde Mileto, envió recado a Éfeso para que vinieran los presbíteros de la Iglesia. 

Cuando se presentaron, les dijo: «Vosotros habéis comprobado cómo he procedido con vosotros todo el tiempo que he estado aquí, desde el primer día en que puse el pie en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, con lágrimas y en medio de las pruebas que me sobrevinieron por las maquinaciones de los judíos; cómo no he omitido por miedo nada de cuanto os pudiera aprovechar, predicando y enseñando en público y en privado, dando solemne testimonio tanto a judíos como a griegos, para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús. 

Y ahora, mirad, me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu. No sé lo que me pasará allí, salvo que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me da testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones. 

Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios. 

Y ahora, mirad: sé que ninguno de vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino, volverá a ver mi rostro. 

Por eso testifico en el día de hoy que estoy limpio de la sangre de todos: pues no tuve miedo de anunciaros enteramente el plan de Dios. 


Salmo: Sal 67,10-11. 20-21;

R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios

Derramaste en tu heredad, oh, Dios, una lluvia copiosa,

aliviaste la tierra extenuada;

y tu rebaño habitó en la tierra

que tu bondad, oh, Dios,

preparó para los pobres. R/.

Bendito el Señor cada día,

Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.

Nuestro Dios es un Dios que salva,

el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. R/.


Evangelio: Jn 17,1-11a.

Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti 2y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. 3Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.

Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste.

Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.

He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. 

Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. 

Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. 

Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. 

Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti. 


Reflexión:

Estas palabras nos introducen en su misterio más personal de Jesús. Forman parte de la llamada “oración sacerdotal”. Se trata de una composición hecha por el evangelista, fundada en las enseñanzas y oración de Jesús, y centrada en la unidad de Jesús con el Padre, al que retorna. La glorificación que pide al Padre no es la del éxito humano, sino que culmine en él la misión para la que fue enviado: la salvación del mundo; que el mundo le reconozca y por ese reconocimiento consiga la vida eterna. Jesús regresa al Padre con la conciencia de la misión cumplida. Pero es consciente de que queda tarea, por eso ora también por los que quedan encargados de continuar la misión: son suyos, de Jesús, y del Padre. Y los confía, y nos confía, al Padre.


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