Martes 23º semana Tiempo Ordinario 3ª de salterio
San Francisco Gárate, San Nicolás de Tolentino.
Primera lectura: 1 Corintios 6, 1-11
Un hermano tiene que estar en pleito con otro y además entre gentiles.
Salmo: 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b
R/. El Señor ama a su pueblo.
Evangelio: Lucas 6, 12-19
En aquel tiempo, Jesús se fue al monte a orar, y se pasó toda la noche orando a Dios.
Cuando se hizo de día, reunió a sus discípulos y escogió de entre ellos a doce, a quienes constituyó apóstoles. Fueron estos: Simón, al que llamó Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan; Felipe y Bartolomé; Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, y Simón, el llamado Zelote; Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor.
Jesús bajó con ellos del monte hasta un lugar llano. Los acompañaba también un gran número de discípulos y mucha gente procedente de todo el territorio judío, de Jerusalén y de la costa de Tiro y Sidón.
Acudían a escucharlo y a que los curase de sus enfermedades. También curaba a los que estaban poseídos por espíritus impuros. Todo el mundo quería tocar a Jesús, porque de él salía una fuerza que los curaba a todos.
Reflexión:
Los evangelios sinópticos transmiten la elección de los Doce, con ma tices propios. Marcos subraya la finalidad -para compartir con él vida y misión (Mc 3,14)- y Mateo resalta que lo hizo movido a compasión por el descuido pastoral de la gente –“como ovejas sin pastor” (Mt 9,36)-. Lucas destaca que fue una elección “orada” -“pasó la noche orando a Dios” (Lc 6,12)-. Jesús “ora” por la vocación de los suyos e invita “a orar al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). Orar por las vocaciones es un mandato del Señor, pero orar con responsabilidad, abiertos a escuchar su llamada. No hay cristiano sin vocación y sin misión. La crisis vocacional no es una fatalidad que traen los tiempos, sino una falta de identidad y de responsabilidad eclesial. No solo hay que orar por las vocaciones, hay que escuchar la llamada, y “si escucháis la voz del Señor, no endurezcáis el corazón” (Heb 3,15).