Sábado 3ª Semana Cuaresma 3ª semana del salterio

Santa Francisca Romana, San Domingo Sabio.

Primera lectura: Oseas 6, 1-6

Quiero misericordia, y no sacrificio. 
 


Salmo: 50, 3-4. 18-19. 20-21ab

R/. Quiero amor, y no sacrificio.
 


Evangelio: Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, a unos que alardeaban de su propia rectitud y despreciaban a todos los demás, Jesús les contó esta parábola:
—En cierta ocasión, dos hombres fueron al Templo a orar. Uno de ellos era un fariseo, y el otro un recaudador de impuestos. El fariseo, plantado en primera fila, oraba en su interior de esta manera: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque yo no soy como los demás: ladrones, malvados y adúlteros. Tampoco soy como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces por semana y pago al Templo la décima parte de todas mis ganancias».
En cambio, el recaudador de impuestos, que se mantenía a distancia, ni siquiera se atrevía a levantar la vista del suelo, sino que se golpeaba el pecho y decía: «¡Oh Dios! Ten compasión de mí, que soy pecador».
Les digo que este recaudador de impuestos volvió a casa con sus pecados perdonados; el fariseo, en cambio, no. Porque Dios humillará a quien se ensalce a sí mismo; pero ensalzará a quien se humille a sí mismo.

 


Reflexión:

La parábola no enfoca a los “orantes” cuanto a Dios. Descalificamos al fariseo, por su autosuficiencia, y alabamos la humildad del publicano. Sin embargo el centro es el Dios al que oran: un Dios que conoce el interior y aquien no aplacan los sacrificios sino la misericordia. Las palabras de la oración no deben engañarnos Más allá de la ortodoxia de las fórmulas está la sinceridad del corazón; y a veces elaboramos textos que son pura exterioridad, “como rocío matinal que pasa” (Os 13,3), porque “No el que dice: Señor, Señor…” (Mt 7,21). Las actitudes del fariseo y del publicano ante Dios son emblemáticas. El fariseo lo eclipsa con su enorme YO; no le permite ser su salvador, se salva él. No le da gracias, se aplaude a sí mismo. El publicano, en cambio, deja a Dios todo el protagonismo, le permite ser su salvador. La enseñanza de Jesús es clara. La soberbia, hunde; la humildad, salva. No se puede orar desde la confrontación.
 


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