Lunes 4ª Semana Ordinario 2ª de Salterio
San Blas, San OScar
Primera lectura: Heb 11,32-40;
Hermanos: ¿Para qué seguir? No me da tiempo de referir la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas; estos, por fe, conquistaron reinos, administraron justicia, vieron promesas cumplidas, cerraron fauces de leones, apagaron hogueras voraces, esquivaron el filo de la espada, se curaron de enfermedades, fueron valientes en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros; hubo mujeres que recobraron resucitados a sus muertos. Pero otros fueron torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para obtener una resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a espada, rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo, oprimidos, maltratados —el mundo no era digno de ellos—, vagabundos por desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra. Y todos estos, aun acreditados por su fe, no consiguieron lo prometido, porque Dios tenía preparado algo mejor a favor nuestro, para que ellos no llegaran sin nosotros a la perfección.
Salmo: Sal 30,20-24;
R/. Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.
Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles, y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos. R/.
En el asilo de tu presencia los escondes de las conjuras humanas; los ocultas en tu tabernáculo, frente a las lenguas pendencieras.R/.
Bendito el Señor que ha hecho por mis prodigios de misericordia en la ciudad amurallada. R/
Yo decía en mi ansiedad: «Me has arrojado de tu vista»; pero tú escuchaste mi voz suplicante, cuando yo te gritaba. R/.
Amad al Señor, fieles suyos: el Señor guarda a sus leales y paga con creces a los soberbios. R/.
Evangelio: Mc 5,1-20.
Y llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, de entre los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo. Y es que vivía entre los sepulcros; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó con voz potente: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes». Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cómo te llamas?». Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos paciendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: «Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al mar y se ahogó en el mar. Los porquerizos huyeron y dieron la noticia en la ciudad y en los campos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Y se asustaron. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su comarca. Mientras se embarcaba, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese estar con él. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
Reflexión:
“Jesús pasó haciendo el bien y curando…” (Hch 10,38). Fue uno de los rasgos de la misión de Jesús, que no limita su actividad sanadora a los hijos de Abrahán, sino que va a la “otra orilla”, a tierra de paganos, porque de las piedras Dios puede sacar “hijos de Abrahán”. Y allí continúa su acción liberadora y su lucha contra el espíritu del mal. Para Jesús no hay fronteras. La escena habla de un hombre -la humanidad- habitado por una “legión” de demonios. Sin duda en esta definición puede haber resonancias plurales, pero el evangelista lo trae para presentar la lucha entre los dos espíritus, el del Mal -inmundo- y el de Jesús -Santo-. El encuentro con Jesús le devuelve al hombre la armonía interior y le reintegra a la comunidad.