Fr. Manuel Amunarriz

Fr. Manuel Amunarriz

Coincido con Manuel en Sangüesa (Navarra) para que me cuente algo sobre su nuevo libro en el que trata de reflexionar sobre lo que es la vida humana, las mil sorpresas que da la vida, las posibilidades que nos ofrece y la tarea de poder realizar un proyecto de vida aprovechando las mil circunstancias en las que la vida te coloca. Por es titula esta obra como “La Aventura de vivir”. Manuel, nos puede contar tantas experiencias sobre su vida y misión que las líneas en esta revista dan para poco. Mejor, aventurarnos a leer su libro y, descubrir en cada página el camino andado.  

Nací en Hondarribia, Guipúzcoa, soy el mayor de seis hermanos. Estudié en Lecároz el bachillerato y al finalizar estos estudios decidí consagrarme a Dios en la vida capuchina. Seguro que el ambiente familiar, la existencia de dos capuchinos en mi familia, un hermano de mi abuelo y un hermano de mi padre, y mis años en el colegio de Lecároz crearon el clima adecuando para mi vocación religiosa. 

Al finalizar mis estudios eclesiásticos mi destino fue el Seminario de Filosofía de los capuchinos en Zaragoza. Comencé enseñando Sociología y Francés. Cuando, a los tres años, me preparaba para realizar estudios superiores de sociología, mis superiores me pidieron que iniciara en la Universidad Complutense de Madrid una carrera de Ciencias, con la finalidad de transformar nuestro Seminario Menor de Alsasua en un Colegio Reconocido para Enseñanza Media. Tuve la oportunidad de compaginar estos estudios de Ciencias, en la sección de Biología, con los estudios de Medicina. Tras unos años de permanecer como profesor de Ciencias Naturales en Alsasua, al final de mis Estudios Universitarios, el tema de poder realizar una vida misionera en el Ecuador, dedicado a la actividad médica en un pequeño hospital en la región amazónica, se convirtió en un sueño lleno de atractivos y se hizo realidad en el año 1970. 
 
Háblame de tu misión en Ecuador, ¿A qué te dedicabas allí?
Cuando llegué al Ecuador y al rincón amazónico de Nuevo Rocafuerte me encontré con un pequeño hospital de madera y techo de zinc, en el que trabajaban tres misioneras de la Acción Misionera Franciscana, enfermeras de profesión, sin un profesional médico en quien apoyarse, asumiendo en su totalidad los problemas de salud que surgían en cada momento. En su pobreza el hospital estaba mejor dotado de lo que yo pensaba. Inicié con ellas lo que fue en realidad mi aventura profesional médica. La experiencia que había adquirido en Bélgica durante los veranos que trabajaba en una Clínica Universitaria, los años que precedieron a mi destino al Ecuador, me habían dotado de conocimientos que fueron esenciales en mi trabajo en este rincón amazónico. Un extenso curso de Medicina Tropical en Amberes me había abierto un horizonte nuevo para una Medicina específica en este horizonte amazónico. 

 

 

Ser médico en las circunstancias que me ha tocado vivir, durante muchos años solo, sin profesionales con quien compartir y a distancias tan grandes que dificultan el envió de pacientes a otros centros de salud mejor dotados para resolver algunos problemas de mayor embargadora me ha obligado a asumir responsabilidades grandes y a arriesgar en decisiones que era necesario tomar. He tenido que compaginar la labor ordinaria de la consulta diaria, con enfermedades sencillas y corrientes, en todos los lugares del mundo, una gripe o una parasitosis intestinal, con situaciones extremas. He intentado curar las cosas sencillas que llegan a la consulta diaria, y, de pronto, en el momento menos esperado, atender una emergencia obstétrica, de una señora que no puede dar a luz y hay que realizar una cesárea o resolver quirúrgicamente una perforación intestinal por la picadura de una raya. Después, aparecen en la consulta enfermedades específicas de la Amazonía, como lesiones cutáneas graves, leishmaniasis cutáneas y mucocutaneas, anemias muy graves por anquilostomiasis intestinales  o situaciones propias como resultado de las costumbres del lugar.; accidentes graves por explosión de dinamita como método de pesca que producen amputaciones de manos y brazos y que exigen reconstrucciones quirúrgicas. 

Tengo que reconocer que ese trabajo médico quirúrgico me ha ocupado mucho tiempo, pero he podido compaginar con otra faceta de mi actividad que siempre me ha fascinado: la investigación de patologías tropicales. La Amazonía ecuatoriana es una tierra virgen para la investigación. Muchas enfermedades apenas se conocen y la lejanía del territorio ha hecho que el Ecuador haya considerado esta región como territorio muy alejado para la investigación. He pasado muchas horas metido en la selva, tratando de recoger material para estas investigaciones y una vez regresado al hospital he pasado largo tiempo contemplando en el microscopio los parásitos que he tratado de conocer. Al principio trabajé solo en estas búsquedas, posteriormente, en estrecho contacto con otros investigadores del Ecuador. Algunos de estos resultados he podio publicar y, de esta manera, clínica e investigación han sido una ocupación importante de mi vida en la Amazonía.  

Háblanos de tu relación allí con Alejandro Labaka.
Tenía muchas referencias de Alejandro Labaka, pero mis experiencias personales con él datan del año 1977. 

Había dejado de ser el Prefecto Apostólico de Aguarico y tras algún tiempo en diversas actividades dentro de la Misión de Aguarico le habían destinado a Nuevo Rocafuerte donde yo vivía hacía algunos años. Era en su físico un hombre alto y fuerte, apuesto y de trato muy delicado. Fiarme en sus convicciones pero muy respetuoso con el pensar y el comportamiento de quienes le rodeaban. Experimentaba una fascinación por las culturas nativas, los grupos étnicos marginados y era capaz de descubrir en la sencillez de la vida primitiva riquezas humanas que se escapan a la mayoría de los mortales. Concretamente el pueblo Huao se había convertido desde hacía muchos años en un tema primordial, para poder contactar con él y mostrarle respeto y, seguramente sin proponérselo, protección. Sus esfuerzos hasta la fecha habían sido infructuosos. 

Cuando en el año 1977 la compañía CGG, instalada en Pañacocha, se alarmó por la presencia de algunos hombres primitivos en sus campamentos de selva donde se realizaban estudios geofísicos, relacionados con el petróleo, estas voces llegaron a nuestra casa de NR; tanto Alejandro como yo mismo vimos la posibilidad de establecer los primeros contactos con estas personas. Alejandro viajó a Pañacocha y poco tiempo después estaba en plena selva, en los campamentos de los trabajadores de la compañía petrolera, animando, apoyando, y estableciendo sus primeros contactos con los visitantes molestos. Fue un tiempo lleno de viajes, sobresaltos, decisiones a tomar y para él la incorporación afectiva profunda con ese pueblo que nosotros llamamos primitivo. Después vendría la retirada de la compañía, la necesidad de buscar una nueva vía de contacto con ese pueblo huao, que habitaba en las cabeceras del rio Yasuní, los viajes llenos de aventura para descubrir esa nueva vía fluvial y los viajes sucesivos ya organizados que nos permitieron establecer lazos de amistad cada vez más sólidos entre nosotros y ellos. 

He  tenido el privilegio de realizar con Alejandro Labaka durante un largo tiempo los sucesivos viajes al Yasuní y comprobar la evolución de los procesos de progresivos contactos entre el grupo huao del Yasuní y nosotros. También con los habitantes de Nuevo Rocafuerte, quienes hasta fechas recientes consideraban a los huaos enemigos irreconciliables. 

¿Cómo viviste la muerte de Alejandro Labaka e Inés Arango?
Por una serie de circunstancias fui el único capuchino de la Misión que no pude participar en el funeral de ambos en Coca, el año 1987. Me enteré de este luctuoso hecho de una manera muy particular. Yo estaba en NR, en mis tareas normales. La víspera había enviado a una de las hermanas enfermeras del hospital a que le realizaran una evaluación de su salud en Quito. Quedaban en el hospital dos hermanas Terciarias Capuchinas, jóvenes, que llevaban poco tiempo en el lugar. 

A media mañana, uno de los marinos se presentó en el hospital pidiéndome que fuera a la Capitanía pues me llamaban por teléfono desde Coca. Cuando levanté el teléfono la hna. Imelda, la hermana que había enviado la víspera desde el hospital, muy conmocionada, me comunicó la muerte violenta de Alejandro e Inés. La víspera habían hecho una vista al campamento huao recién descubierto en lo profundo de la selva y al ir a recogernos esa mañana los habían encontrado alanceados y muertos en los alrededores de la casa que habían visitado. Acababan de traer sus cadáveres y existía una enorme conmoción en todo Coca. Me era imposible tomar la decisión de marchar a Coca y dejar a las dos hermanas solas en el Hospital. Volví al Hospital y de la manera más suave explique a las hermanas lo que había ocurrido: les dije que yo me quedaba con ellas en un momento tan conmovedor. 

Pero cuando con más calma he reflexionado sobre lo ocurrido siembre considero la muerte de Alejandro e Inés como la coronación de una entrega, generosa y total, de sus vidas a la causa del pueblo huao. Existen muchos detalles de esta vocación humana y cristiana que les conduzco a un final tan radical. Conocí a Inés durante muchos años, desde 1977 hasta medio año antes de morir: fue la responsable de las hermanas del hospital. Siempre vivió entregada y creo que fascinada por el pueblo huao. Aprendió su lengua y disfrutaba conviviendo con ellos.  De Alejandro era evidente que su entrega al pueblo huao no fue solo una entrega sentimental: luchó por conseguir su territorio y sus derechos y a la postre murió cuando estaba defendiendo su presencia de los intentos de invasión de su territorio por las compañías petroleras. 

Has escrito varios libros. Nos puedes hablar de este último que no es especialmente de medicina. ¿De qué trata?
La mayoría de mis libros tratan de temas relacionados con la medicina. El pasado año me pidieron que escribiera algo sobre mi vida como experiencia humana y, aunque en un primer momento me resistí, al final he tratado de reflexionar sobre lo que es la vida humana, las mil sorpresas que da la vida, las posibilidades que nos ofrece y la tarea de poder realizar un proyecto de vida aprovechando las mil circunstancias en las que la vida te coloca. Por es lo he titulado “La Aventura de vivir”. Me parece que la vida nos ofrece a todos mil oportunidades para una tarea fascinante: la de realizar un proyecto, que bulle en el interior de cada uno de nosotros y que necesitamos adaptarlo a las mil circunstancias que el camino que nos toca recorrer nos ofrece. Es verdad que es mi vida la que trato de describir, pero en el fondo desearía que al leer este libro cada persona se interrogara sobre su propia vida y sacara de ella lo más hermoso que siempre existe si lo sabemos descubrir. 

(Luis López, coordinador Capuchinos Editorial)

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