Celebramos 80 años de la misión indígena de Tukuko
El 2 de octubre de 1945, fiesta de los Ángeles Custodios, los frailes capuchinos Primitivo de Nogarejas y Cesáreo de Armellada llegaron a la Sierra de Perijá, en Venezuela. Allí fundaron la misión que llevaría el nombre de Los Ángeles del Tukuko, en honor a los custodios celestiales.
Con ese gesto sencillo, marcado por la fe y la audacia, comenzó una de las obras misioneras más significativas entre los pueblos indígenas barí y yukpa.
Ochenta años después, la memoria de aquel inicio sigue viva. Fray Emiliano de Cantalapiedra, que dedicó más de cuatro décadas a estas tierras, narra en sus Memorias las luces y sombras de esa aventura evangélica: caminos interminables, construcción de iglesias en lugares casi inaccesibles, convivencia con las comunidades indígenas y la experiencia de aprender a hablar, pensar y soñar como ellos. “Estas correrías por la Sierra eran agotadoras —escribe—, pero la compañía de los yukpas reconfortaba” (Memorias).
La misión de Tukuko no fue obra fácil ni romántica. Estuvo tejida de sacrificios silenciosos: enfermar en la selva, ser incomprendidos por autoridades, enfrentar conflictos por la tierra o llorar con las familias indígenas sus pérdidas y dolores. Pero también fue una misión de frutos: nacieron escuelas, templos, comunidades cristianas sólidas, y sobre todo, un vínculo de fraternidad que convirtió a los frailes en parte de aquellas familias serranas. Como recordaba Fray Emiliano, la construcción del templo del Tukuko en 1955 fue símbolo de esa unión: “Muchos no se explicaban cómo en un sitio como ése, con camino malísimo, se hubiera construido esa iglesia” (Memorias).
Celebrar hoy los 80 años de Tukuko es rendir homenaje a la fe, al esfuerzo y a la encarnación misionera de los capuchinos. Es reconocer que no se trató solo de evangelizar, sino de compartir la vida: sembrar la Palabra junto a la siembra de maíz, rezar en las mismas lenguas que los pueblos, defender con ellos la dignidad de sus tierras y llorar juntos las injusticias sufridas.
En este aniversario, la misión de Tukuko se presenta como un ejemplo vivo de lo que significa custodiar la vida, la fe y la cultura. Como los Ángeles que custodian sin descanso, los frailes capuchinos fueron presencia constante, humilde y fiel en las montañas de Perijá. Hoy, ochenta años después, damos gracias a Dios por esa historia de fraternidad y esperanza que sigue escribiéndose día a día.
Imagen tomada en el año 1.948, primera capilla que hubo en El Tukuko. El P. Bernardo de Gallegos reza ante el Santísimo.
Posiblemente una de las fotos más antigua de la misión.