La Vida no termina

Llega noviembre, “glorioso mes…”. Las fiestas de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos despiertan en muchas personas sentimientos de piedad, unidos al recuerdo y al culto a los muertos y a los antepasados.

La Vida no termina

Nos acercamos al cementerio, lugar de descanso, desde el recuerdo de los nuestros. Las flores que depositamos en sus tumbas y nichos son muestras de nuestro cariño y recuerdo a quienes han formado parte de nuestra vida.

Siempre me llamó la atención la inscripción que hay a ambos lados de la puerta del cementerio de Estella: “vosotros sois lo que nosotros fuimos… Nosotros somos lo que vosotros seréis”. Es la realidad de la muerte. 

El autor bíblico nos recuerda que “hay un tiempo para nacer y un tiempo para morir”. Y entre medio de estos dos tiempos, las personas pasamos por todo tipo de experiencias. Disfrutamos y sufrimos todos. La felicidad y el sufrimiento, la vida y la muerte, se dan en todos los seres humanos, cualquiera sea su procedencia y su forma de vivir o status social. Por eso muchas veces nos preguntamos: Entonces, ¿en qué ayuda la presencia de Dios en nuestra vidas?

Todas las religiones tienen un fondo común al ofrecer una palabra y sentido de trascendencia. Nosotros hablamos de resurrección, de cielo, de más allá, de vida eterna, de Reino de Dios… de lugar de felicidad sin dolores ni sufrimientos.

Los cristianos, además de recordar en nuestra oración a los difuntos, veneramos también a quienes han pasado por esta vida haciendo el bien, como lo hizo Jesús. Hay algo dentro de nosotros mismos que nos mueve a conmovernos en favor de la vida. La nuestra y la de los demás. También Dios se conmueve por nosotros. Su nombre es “Misericordia”. Y así muestra su poder en este mundo: mediante el perdón y la misericordia.

Por otro lado, presentimos que este mundo y esta vida en la que nos encontramos no son la última palabra. “La vida de los que en Ti creemos no termina, se transforma”, rezamos en uno de los prefacios por los difuntos. Sentimos que nuestra vida en este mundo, pasando por la muerte, nos abre un camino a casa junto a Dios. Somos peregrinos o estamos de paso, solemos decir. Algo en nosotros nos dice que Dios es nuestro hogar. El Dios que nos ha puesto en este mundo nos aguarda como el padre bueno a su hijo prodigo.

Este año la familia franciscana comenzamos a celebrar el Octavo centenario de la muerte de san Francisco de Asís. Ocurrió al atardecer del 3 de octubre de 1226. Francisco no la temió, sino que la llamó con ternura “hermana muerte corporal”. El tránsito de Francisco fue una despedida serena, profundamente humana y divina. Francisco entregó su aliento último no con temor, sino con gratitud por haber amado y por haber servido. 

Fr. Benjamín Echeverría, OFMCap

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