Queridos hermanos: Paz y Bien
Se acerca el día de la Madre del Buen Pastor, Patrona de la misiones capuchinas y de nuestra Provincia y el secretario ya me venía anunciando que tendría que escribir una carta a los hermanos. Como ministro provincial cesante, ésta no estaba en mis planes. Pero a medida que transcurren los días, puesto que todavía no tenemos fecha para la celebración del Capítulo provincial, continuamos, con la normalidad con la que podemos, el alargamiento de este trienio.
Para inspirarme en la redacción de estas palabras nuevamente he echado mano del Papa Francisco. Me he fijado en el último de los números, el 288, de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, que está considerada como su escrito programático.
Al hablar de la Virgen el Papa afirma que “hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes” (EG 288). Estas palabras del Papa me han recordado la canción del P. Donosti “Pastora celestial” en la que se invoca a María como “tierna pastora” y que da título a esta carta.
La expansión del Covid-19, con su nivel letal, ha generado una situación de desconcierto desconocida para nosotros. La incertidumbre ante el futuro está muy presente entre nosotros. Deseamos que esta situación nos estimule de manera personal y fraterna en la búsqueda del bien. Ponemos este deseo ante la Madre del Buen Pastor, del mejor Pastor, del modelo de Pastor. En esa recuperación y vuelta a la normalidad ella también nos ayuda “a creer en lo revolucionario del amor y la ternura”.
La ternura más que un sentimiento refleja nuestra manera de posicionarnos ante esa realidad a la que deseamos permanecer abiertos. Nos sitúa en ese movimiento que acompaña nuestra vida: el de dar y recibir, el de acoger y entregarse a los demás. Es como la música de fondo que aporta calidez y humanidad. Es la capacidad de dar seguridad a los otros desde nuestra forma de mirarles. Estos días de confinamiento somos más conscientes de que los seres humanos estamos hechos para la relación, para el contacto. Aunque en algunos momentos tenemos la tentación de creer que nos bastamos a nosotros mismos, echamos en falta la manera normal de relacionarnos con otras personas y con el medio ambiente en el que vivimos. Deseamos volver a expresarnos sin miedos, sin barreras, con esa belleza y bondad existente en el mundo, aún en medio de la hostilidad.
Cuando nos dejarnos afectar por lo que sucede nos hacemos también vulnerables y así es como somos capaces de acoger aquello que necesita ser cuidado. Lo expresa muy bien la Ratio Formationis al recordarnos la experiencia de Francisco: “Francisco no olvida que todo empezó con un beso. Las heridas de los leprosos curaron las de su corazón y fue entre ellos donde dio los primeros pasos en su vocación de hermano" (*1Cel 17; 2Cel 9; TC 11; LM 2,6). "También Jesús, el Maestro, se hizo discípulo de una mujer herida, y aprendió de ella el arte de lavar los pies (*Mc 14,3-9). Así funciona la gratuidad: dar sin esperar retribución, dar por el gozo de dar, darlo todo, sin reservas. Cuando los conflictos fraternos son más tensos y sus heridas se abren nuevamente, Francisco recupera en su memoria la historia de aquel beso y, una vez más, allí encuentra su sanación”. (RF49)
Recibir ternura nos hace también dadores de ella. En estos días difíciles de encierro en nuestras fraternidades, en nuestras casas, podemos darle vueltas a esta idea: cómo acompañar, desde la ternura y el cariño, a nuestros hermanos y a tantas personas que lo están pasando mucho peor que nosotros.
El Papa nos recuerda que “María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39). Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización”. (EG 88)
Como Madre del Buen Pastor, le pedimos que nos dé el acierto para acompañar esta tarea de reconstrucción de nuestra sociedad. Le pedimos también que “congregados en Cristo como una sola familia peculiar, cultivemos entre nosotros la espontaneidad fraterna, vivamos gozosos entre los pobres, débiles y enfermos, al tiempo que compartimos su misma vida, y mantengamos nuestra particular cercanía al pueblo” (Const 5,4).
Recibid mi saludo de hermano
Madrid, 28 de abril de 2020
Fr. Benjamín Echeverría
ministro provincial