El Amor desaloja el temor
En tiempo de Pascua celebramos, junto con toda la creación que Dios es Amor. Así lo cantábamos desde niños en las celebraciones de la Eucaristía: Dios es amor, la Biblia lo dice. Dios es Amor, san Pablo lo repite. Dios es Amor, búscalo y verás, en el capítulo cuarto, versículo ocho, primera de Juan.
Decir que Dios es Amor no es una frase redonda, una definición abstracta de la esencia de Dios, sino la revelación que Dios ha hecho de sí mismo a lo largo de la historia y que culmina en Jesús.
En esta primera carta de San Juan a la que hacemos referencia, dice el apóstol que “el amor desaloja el temor”, “echa fuera al miedo”. Recuerdo estas afirmaciones para ayudarnos a vivir este tiempo de Pascua y para tratar de afrontar y entender la vida desde nuestra propia fe.
Hablar del presente siempre es difícil, entre otras cosas porque podemos acentuar algunos aspectos únicamente y no somos capaces de abarcar toda la realidad. Tendemos a ser críticos con el tiempo en que nos toca vivir y podemos hacerlo cargando las tintas en el pesimismo que nos hace mirar con nostalgia el pasado o anhelando un futuro utópico. También es verdad que no podemos conformarnos con lo que vivimos en estos tiempos y que un poco de crítica nos ayuda a ver mejor, sin caer en la indiferencia escéptica, ni en un optimismo exagerado, ni tampoco en una visión apocalíptica, como si todo fuera mal en nuestro entorno.
Reconocemos que los nuestros son tiempos de una gran desorientación. Hay quien los define como unos tiempos en los que estamos cada vez más informados, pero poco formados. Estamos más abiertos a la diversidad de opiniones, pero más influenciables. Somos menos críticos y superficiales, más escépticos y menos profundos. Tenemos el riesgo de confundir los deseos personales y caprichos con derechos, que son cada vez más para uno mismo, y no tanto para los demás. De hecho en muchos momentos las personas mayores advierten de que parece que solo existen “derechos”, pero no “deberes”.
Quienes analizan nuestro mundo nos recuerdan constantemente que las cosas más importantes de la vida no son útiles, ni superficiales, ni fugaces, sino que son las más profundas y las que permanecen. Insisten en que lo que configura gran parte de la vida de las personas son los propios vínculos, las personas a quienes amamos y por quienes somos amados, y el deseo de hacer del mundo un lugar mejor para todos.
En los tiempos de crisis todos los grandes pensadores recomiendan siempre volver a lo esencial, a lo que perdura, a las raíces de la vida, a lo que de verdad nos hace más humanos y mejores personas: amar sin miedo. Es lo que nos recuerda san Juan y la tarea que tenemos en este tiempo de Pascua.
Benjamín Echeverría
Ministro Provincial de Capuchinos de España