30 años después... sigue valiendo la pena.
Julio, 1987. Imposible olvidar esa fecha. Hace treinta años murió, clavado con lanzas, en un bohío en la selva. Murió, curiosamente, con una sonrisa en los labios, que se eternizaría en la foto de su cuerpo inerte y sangrante. Murió en su intento de salvar las vidas de los más débiles, de aquellos que se ocultan en el bosque amazónico. Su nombre está en la memoria de la Amazonía: Alejandro Labaka.
Sí. Labaka, el que se vistió de waorani para entrar en la vida de la selva. Labaka, el que escribía cartas de náufrago a las autoridades ecuatorianas pidiendo un territorio para aquellos desconocidos habitantes de la selva; aquel al que acusaron de “hombre de las petroleras” porque prefería el dialogo a la confrontación, porque no dio las espaldas a aquellos humildes trabajadores de trocha que pasaban penuria y media en medio de un monte que no conocían, en jornadas de trabajo extenuantes, atemorizados por la presencia de los “patas coloradas”.
Escribo hoy sobre él porque este mes son treinta años de su muerte y no quiero que pase desapercibida pues no hay peor muerte que el olvido. Escribo sobre él porque han sido muchos años de seguirle la pista y de que se sentir en su vida una luz que ilumine esa batalla, tan perdida, por conservar el mayor patrimonio que tiene el Ecuador y que está amenazado continuamente. Está amenazado por las balas de las escopetas de cazadores furtivos, por el ensordecedor vuelo continuo de helicópteros sobre los techos de sus casas, por aquellos que quieren salvar sus almas. “civilizarlos” y que los buscan por los senderos; por la continua ambición de los hombres de buscar dinero que brote del suelo sobre el que ellos habitan para saciar sus caprichos.
Treinta años después de la muerte de este hombre de paz y la vida de esas gentes selváticas sigue siendo la misma: una guerra silenciosa, David contra Goliat, lanzas contra escopetas, progreso contra resistencia, intereses poderosos contra aquellos que no tienen nada.
Escribo hoy sobre él porque su presencia sigue siendo necesaria para defender la vida de esas olvidadas gentes amazónicas. Escribo sobre él luego de ver el documental de Carlos Andrés Vera –titulado así, “Labaka”- que recoge el gesto de haberse despojado hasta de sus ropas para entrar al mundo waorani, que es como el signo de calzarse los zapatos de otro y, aunque apriete, caminar cómodamente. Escribo hoy sobre él porque eso hacen los grandes hombres y de esas cosas se hacen las grandes historias. Escribo hoy sobre él porque aún nos queda esperanza de proteger la vida y las culturas. Escribo hoy sobre él como testimonio vivo.
Dicen que hay que escoger cuales son las batallas que hay que dar en esta vida porque no se puede pelear en todas.
La que escogió Labaka en defensa de los indígenas ocultados, ha sido batalla perdida. Pero sigue valiendo la pena, treinta años después.
Milagros Aguirre
Mundo Diners