Fiesta 8ª semana Tiempop Ordinario
Visitación de la Virgen María
Primera lectura: Romanos 12, 9-16b
Compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Salmo: Is 12, 2-3. 4bcd. 5-6
R/. Es grande entre ustedes el Santo de Israel.
Evangelio: Lucas 1, 39-56
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con
su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.
Reflexión:
La Visita de María a Isabel nos habla de la sensibilidad y disponibilidad de la joven María ante las necesidades de los demás. A María nadie le pidió el servicio, ni el ángel ni su prima. Eso surgió de un corazón que ya había sido habitado por Dios. Ser la “sierva” del Señor no le impedía ser la servidora de Isabel. Y de ese encuentro en el que se abrazan los dos Testamentos, los dos hijos y también las dos madres, de ese múltiple encuentro brotaron palabras luminosas: las de Isabel, descubriendo el misterio más profundo de María: “Dichosa tú, que has creído”; y las de María, cuyo canto es una explosión de gratitud. En el Magnificat aparece formulado el Dios en quien cree María: un Dios Salvador, cuyo nombre es el Santo, Misericordioso, un Dios Fiel a sus promesas, un Dios volcado y comprometido con los humildes.