Domingo de la Santísima Trinidad

San Felipe Neri, Santa Mariana de Jesús.

Primera lectura: Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Lectura del libro del Deuteronomio
Moisés habló al pueblo, diciendo:
—Pregunta, pregunta a los tiempos pasados que te precedieron, remontándote al día en que Dios creó al ser humano sobre la tierra, a ver si de un extremo a otro del cielo ha sucedido algo tan admirable o se ha oído cosa semejante. ¿Acaso existe algún pueblo que, como ustedes, haya oído a Dios hablándole desde el fuego y continúe con vida? ¿Acaso algún dios se ha atrevido a tomar para sí a un pueblo en medio de otro, con tantas pruebas, milagros y prodigios, combatiendo con poder y destreza sin igual, y realizando tremendas hazañas, como realizó por ustedes y ante sus ojos el Señor, su Dios, en Egipto?
Reconoce, pues, hoy y convéncete de que el Señor es el único Dios: ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay ningún otro. Cumple sus normas y preceptos que hoy te prescribo. De este modo serán dichosos tú y tus hijos después de ti, y vivirán mucho tiempo en la tierra que el Señor tu Dios te da para siempre.

 


Salmo: 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22

R/. Dichoso el pueblo que el Señor
se escogió como heredad.
Recta es la palabra del Señor
y toda acción suya es sincera.
Él ama la justicia y el derecho,
el amor del Señor llena la tierra. R/.
Con la palabra del Señor se hicieron los cielos,
con el soplo de su boca el cortejo celeste;
porque habló y todo fue hecho,
él dio la orden y todo existió. R/.
La mirada del Señor está sobre los justos,
sobre los que en su amor ponen su esperanza;
quiere librarlos de la muerte
y salvar sus vidas en tiempo de hambre. R/.

Nosotros esperamos en el Señor,
él es nuestra ayuda y nuestro escudo;
Que tu amor, Señor, nos acompañe,
pues así lo esperamos de ti. R/.

 


Segunda lectura: Romanos 8, 14-17

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos
Hermanos:
Los que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.
En cuanto a ustedes, no han recibido un Espíritu que los convierta en esclavos, de nuevo bajo el régimen del miedo. Han recibido un Espíritu que los convierte en hijos y que nos permite exclamar: «¡Abba!», es decir, «¡Padre!». Y ese mismo Espíritu es el que, uniéndose al nuestro, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que ahora compartimos sus sufrimientos para compartir también su gloria.

 


Evangelio: Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Allí encontraron a Jesús y lo adoraron, aunque algunos todavía dudaban. Jesús se acercó y les dijo:
—Dios me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado.
Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.

 


Reflexión:

La misión evangelizadora consiste en introducir al hombre en el mis terio de comunión con Dios Trinidad. No se trata de ampliar fronte ras exteriores, sino de abrir al hombre a esta realidad del Dios Amor y Comunión. Y solo será posible en la cercanía de Jesús. La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a contemplar con los ojos de la fe y del corazón esa realidad en la que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Nos dice que Dios es
comunión de personas, que es relación viva con vocación permanente de habitar en el hombre. Y nos recuerda que somos “templo” de Dios   (1 Cor 3,16-19), su “morada” (Jn 14,23). Por eso, también, nos invita a “contemplar” al hombre.
 


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