Lunes 4º Semana Adviento 1º de salterio

San Raúl, San Sabino.

Primera lectura: 1 Juan 2, 12-17

El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
 


Salmo: 95, 7-8a. 8b-9. 10

R/. Que se alegre el cielo y se goce la tierra.
 


Evangelio: Lucas 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana que en su juventud había estado casada siete años, y permaneció luego viuda hasta los ochenta y cuatro años de edad. Ahora no se apartaba del Templo, sirviendo al Señor día y noche con ayunos y oraciones. Se presentó, pues, Ana en aquel mismo momento alabando a Dios y hablando del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén.
Después de haber cumplido todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su pueblo, Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose; estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios.

 


Reflexión:

Otro personaje “menor” nos presenta hoy la página evangélica: Ana. Una mujer irrelevante, una “beata” de esas que los sabios juzgan despectivamente. Una mujer que desde sus esquemas piadosos tradicionales “vivía sirviendo a Dios”. También a ella Dios le reveló el misterio del Niño, y “hablaba a todos del Niño”. Es la verdadera evangelización: hablar a todos de Jesús, a tiempo y a destiempo; eso es evangelizar. ¡Cuántas oportunidades perdemos de hablar de Jesús con las palabras y con la vida! El final del relato nos habla de la “normalidad” de la vida de Jesús: una vida en crecimiento humano y creyente. Nazaret fue eso, un espacio de crecimiento en el que Jesús aprendió a ser hombre.
 


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