Miércoles Ordinario 17 ª Semana 3ª de Salterio

San Pedro Crisologo, San Rufino, Beato Francisco Solanus Casey (M)

Primera lectura: Éx 34,29-35;

Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor. Aarón y todos los hijos de Israel vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él. Pero Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad se acercaron a él, y Moisés habló con ellos. Después se acercaron todos los hijos de Israel, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en la montaña del Sinaí. Cuando terminó de hablar con ellos, se cubrió la cara con un velo. Siempre que Moisés entraba ante el Señor para hablar con Él, se quitaba el velo hasta la salida. Al salir, comunicaba a los hijos de Israel lo que se le había mandado. Ellos veían la piel de la cara de Moisés radiante, y Moisés se cubría de nuevo la cara con el velo, hasta que volvía a hablar con Dios.


Salmo: Sal 98,5. 6. 7. 9;

R/. ¡Santo eres, Señor, ¡nuestro Dios!

Ensalcen al Señor, Dios nuestro, póstrense ante el estrado de sus pies: ¡Él es santo! R/.

Moisés y Aarón con sus sacerdotes, Samuel con los que invocan su Nombre, invocaban al Señor, y Él respondía. R/.

Dios les hablaba desde la columna de nube; oyeron sus mandatos y la ley que les dio. R/.

Ensalcen al Señor, Dios nuestro, póstrense ante su monte santo: ¡Santo es el Señor, nuestro Dios! R/.


Evangelio: Mt 13,44-46.

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.


Reflexión:

Las parábolas del tesoro escondido y la perla no solo hablan de la calidad del Reino sino de la perspicacia y la radicalidad que demanda en los hombres. El Reino exige “buscadores” capaces de tomar decisiones lúcidas y radicales. Y  hacerlo con alegría. ¡Qué pocas veces evidenciamos estas actitudes en la vida! ¡Que raramente damos la impresión de ser afortunados y, sin embargo, lo somos! El reino de Dios, dice Jesús, es un tesoro y una perla preciosa por los vale la pena apostar. Un tesoro aparentemente “pobre”, enterrado. Él ha venido a enriquecernos con ese tesoro “pobre” (2 Cor 8,9). Creer en Cristo no es una pena, es una gracia. ¡Y qué difícil es percibirlo en nuestros ritmos cansinos y en nuestros tonos rutinarios…! Actuemos como inversores audaces y buscadores intrépidos. ¿Dónde invertimos? ¿Por qué y por quién apostamos?


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