Miércoles Ordinario 18ª Semana de Fiesta
Transfiguración del Señor
Primera lectura: Dan 7,9-10. 13-14;
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Salmo: Sal 96,1-2. 5-6. 9; 2
R/. El Señor reina, altísimo sobre toda la tierra.
El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono. R/.
Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.
Porque Tú eres, Señor, altísimo sobre toda la tierra, encumbrado sobre todos los dioses. R/.
Segunda lectura: Pe 1,16-19;
Pues no nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada. Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones.
Evangelio: Lc 9,28b-36.
Tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Reflexión:
Se acercaban a Jerusalén y para que los discípulos no se vieran desbordados por los sucesos de su Pasión, Jesús escoge a Pedro, Santiago y Juan -los testigos de la agonía en Getsemaní- para manifestarles su auténtica dimensión. El que sudará sangre, al que verán rechazado y maldito, es el Hijo de Dios, el Amado, el Predilecto. A quien el pueblo elegido no sabrá reconocer, es reconocido por las grandes figuras de ese pueblo: Moisés, autor de la Ley, y Elías, el gran profeta. También para los que caminamos por “cañadas oscuras” (Sal 23,4), es importante subir a este monte y plantar allí nuestra tienda y orar, para cargarnos de energía y esperanza, para superar dudas y miedos, iluminar los ojos y llenar el corazón con la verdad de Jesús, e ilusionar la nuestra.