Viernes Ordinario 21ª Semana 3ª de Salterio

Martirio de san Juab Bautista.

Primera lectura: Jer 1,17-19;

Pero tú cíñete los lomos: prepárate para decirles todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, o seré yo quien te intimide. Desde ahora te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro y muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—.


Salmo: Sal 70,1-6b. 15ab. 17;

R/. Mi boca contará tu auxilio.

A Ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre; Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo, inclina a mí tu oído, y sálvame. R/.

Sé Tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve, porque mi peña y mi alcázar eres Tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

Porque Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en Ti, en el seno Tú me sostenías. R/.

Mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas. R/.


Evangelio: Mc 6,17-29.

Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.


Reflexión:

Juan es precursor de Jesús, con su ministerio profético y con su muerte. La  verdad es un “martirio”, y exige mártires, testigos. A partir de la  muerte de Juan, Jesús comenzó a vislumbrar cuál podría ser su final. Por eso se retira por un tiempo para reflexionar. Pero silenciada “la voz del desierto” comienza a resonar “la palabra de la vida”. El mundo no puede quedar hundido en el silencio y el vacío: Dios necesita “portavoces” audaces. Quizá no lo entendemos y con nuestra predicación y nuestra vida pretendemos el aplauso, no inquietar, legitimando rutinas… Sería la prueba más clara de la palabra de Dios no nos impacta en el fondo del corazón, porque esa palabra no es un fuego “artificial”, sino llama que abrasa: el fuego que vino a traer Jesús (Lc 12,49). Juan fue testigo veraz.


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