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San Juan Apóstol y Evangelista.

Primera lectura: 1 Juan 1, 1-4

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos
 


Salmo: 96, 1-2. 5-6. 11-12

R/. Alégrense, justos, en el Señor
 


Evangelio: Juan 20, 2-8

El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería y les dijo: —Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.
Pedro y el otro discípulo salieron inmediatamente hacia el sepulcro. Iban corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más deprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se asomó al interior y vio las vendas de lino en el suelo; pero no entró.
Después, tras sus huellas, llegó Simón Pedro y entró en el sepulcro. Vio las vendas de lino en el suelo y vio también el paño que habían colocado alrededor de la cabeza de Jesús. Solo que el paño no estaba en el suelo con las vendas, sino bien doblado y colocado aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

 


Reflexión:

Ayer era un mártir, Esteban, hoy es un apóstol y evangelista, Juan. Porque la Navidad hay que anunciarla. Y anunciarla bien, desde sus núcleos más esenciales, como lo hizo Juan: “En la Palabra había Vida, y la Vida era la Luz de los hombres… Y la Palabra se hizo hombre” (Jn 1,4.14). En el relato evangélico de hoy aparece una relación entre la cuna de Belén, el sepulcro de Jerusalén. Si los pastores fueron corriendo a la cuna de Jesús, Pedro y Juan fueron corriendo a su tumba. Y viendo la cuna y la tumba, todos creyeron. Ante la cuna se requiere la misma actitud que ante el sepulcro vacío: ver y creer. Aquel Niño no era ninguna evidencia de Dios, ni el sepulcro vacío lo era de la resurrección. Los discípulos se encontraron con un sepulcro vacío, y los pastores con un niño en un pesebre, y vieron y creyeron y regresaron dando testimonio del acontecimiento.
 


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