Viernes Ordinario 25ª Semana 3ª de Salterio

San Cosme, San Damián, Beatos Aurelio de Vinalesa.

Primera lectura: Ag 2,1-9;

El año segundo del rey Darío, el día veintiuno del mes séptimo, llegó la palabra del Señor por medio del profeta Ageo: «Di a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, a Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, y al resto de la gente: ¿Quién de entre vosotros queda de los que vieron este templo en su primitivo esplendor? Y el que veis ahora, ¿no os parece que no vale nada? Ánimo, pues, Zorobabel —oráculo del Señor—; ánimo también tú, Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote. ¡Ánimo gentes todas! —oráculo del Señor—. ¡Adelante, que estoy con vosotros! —oráculo del Señor del universo—. Ahí está mi palabra, la que os di al sacaros de Egipto; y mi espíritu está en medio de vosotros. ¡No temáis! Pues esto dice el Señor del universo: Dentro de poco haré temblar cielos y tierra, mares y tierra firme. Haré temblar a todos los pueblos, que vendrán con todas sus riquezas y llenaré este templo de gloria, dice el Señor del universo. Míos son la plata y el oro —oráculo del Señor del universo—. Mayor será la gloria de este segundo templo que la del primero, dice el Señor del universo. Y derramaré paz y prosperidad en este lugar, oráculo del Señor del universo». 


Salmo: Sal 42,1. 2. 3. 4;

R/. Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».

Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado. R/.

Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando sombrío, hostigado por mi enemigo? R/.

Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. R/.

Me acercaré al altar de Dios, al Dios de mi alegría, y te daré gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío. R/.


Evangelio: Lc 9,18-22.

Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». 


Reflexión:

Ahora es Jesús quien pregunta a sus discípulos; es él quien quiere saber. “¿Quién decís que soy yo?”. Es la pregunta transversal de toda nuestra vida, porque a esto no se responde en un momento ni de una vez. ¿Quién decimos que es Jesús?, ¿cómo lo decimos? No valen frases hechas, ni tratados teológicos. La pregunta es vital, como debe ser la respuesta. No es una invitación a “imaginárnoslo” caprichosamente, sino a descubrirlo en la oración, en el estudio de la palabra de Dios y en los clamores humanos convertidos  en testimonios de su presencia.  Hay “lenguajes” que no traducen ni conducen a Jesús. La Iglesia necesita revisar “su” respuesta, porque hacerlo visible con credibilidad es el núcleo de su misión. La respuesta de Jesús a Pedro es clarificadora: Donde falta la cruz, está ausente Cristo.


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