Jueves Ordinario 12ª Semana 4ª de Salterio
San Pelayo, Beato Andrés, Jacinto Longhin(M), Beato Santiago de Ghazir (M).
Primera lectura: Gén 16,1-12. 15-16;
Saray, la mujer de Abrán, no le daba hijos; pero tenía una esclava egipcia llamada Agar. Saray dijo a Abrán: «El Señor no me concede hijos, llégate, pues, a mi esclava a ver si tengo hijos por medio de ella». Abrán aceptó la propuesta de Saray. Así, a los diez años de habitar Abrán en Canaán, Saray, la mujer de Abrán, tomó a Agar, la esclava egipcia, y se la dio a Abrán, su marido, como esposa. Él se llegó a Agar y ella concibió. Al verse encinta, le perdió el respeto a su señora. Entonces Saray dijo a Abrán: «Tú eres responsable de esta injusticia; yo he puesto en tus brazos a mi esclava, y ella al verse encinta me desprecia. El Señor juzgue entre nosotros dos». Abrán dijo a Saray: «En tu poder está tu esclava, trátala como te parezca». Saray la maltrató y ella se escapó. El ángel del Señor la encontró junto a una fuente en el desierto, la fuente del camino de Sur, y le dijo: «Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y adónde vas?». Ella respondió: «Vengo huyendo de Saray mi señora». El ángel del Señor le dijo: «Vuelve a tu señora y sométete a su poder». Y el ángel del Señor añadió: «Haré tan numerosa tu descendencia, que no se podrá contar». Y el ángel del Señor concluyó: «Mira, estás encinta, darás a luz un hijo y lo llamarás Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Será un potro salvaje: su mano irá contra todos y la de todos contra él; acampará separado de sus hermanos».
Agar dio un hijo a Abrán, y Abrán llamó Ismael al hijo que le había dado Agar. Abrán tenía ochenta y seis años cuando Agar le engendró a Ismael.
Salmo: Sal 105, 1-2. 3-4a. 4b-5;
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? /R.
Dichosos los que respetan el derecho y practican siempre la justicia. Acuérdate de mí por amor a tu pueblo. /R.
Visítame con tu salvación: para que vea la dicha de tus escogidos, y me alegre con la alegría de tu pueblo, y me glorié con tu heredad. /R.
Evangelio: Mt 7,21-29.
No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre y en tu nombre hemos echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?”. Entonces yo les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, los que obráis la iniquidad”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande». Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas.
Reflexión:
Jesús advierte del peligro de la incoherencia existencial. No basta el “Señor, Señor”; se requiere acoger al Señor realmente en la vida. El cumplimiento de la voluntad del Padre es el verdadero criterio de discernimiento. Esa es la obra que identifica al discípulo. Lo otro -prodigios…- puede ser mero espectáculo. El texto de 1Jn 2,3-6 es un excelente comentario a estas palabras de Jesús: “Sabemos si amamos a Dios si guardamos sus mandamientos…, pues el amor de Dios llega a su plenitud en el que guarda su palabra”. Las advertencias de Jesús, conclusivas del sermón del monte, invitan a optar por materiales de calidad en la construcción de la casa; y ese material es su palabra. Él es la roca viva sobre la que descansa la seguridad del verdadero edificio cristiano (Ef 2,20; I Cor 10,4).