Martes Cuaresma 3ª Semana de Solemnidad
Anunciación del Señor
Primera lectura: Is 7,10-14; 8,10;
El Señor volvió a hablar a Ajaz y le dijo: «Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo». Respondió Ajaz: «No lo pido, no quiero tentar al Señor». Entonces dijo Isaías: «Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel. Trazad planes, que fracasarán, haced promesas, que no se mantendrán, porque con nosotros está Dios.
Salmo: Sal 39,7-11;
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, en cambio, me abriste el oído. No pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.
«-Como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, Tú lo sabes. R/.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.
Segunda lectura: Heb 10,4-10;
Hermanos: es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso, al entrar él en el mundo dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo —pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí— para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad. Primero dice: Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: He aquí que vengo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Evangelio: Lc 1,26-38.
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró.
Reflexión:
¿Qué nos anuncia esta anunciación? En el centro de la Cuaresma, tiempo de conversión del hombre a Dios, nos anuncia la conversión más importante, la de Dios al hombre hasta convertirse en hombre. Una conversión profunda y real. El protagonista es Dios que ha tomado una decisión inimaginable. Y para eso, además, pide permiso al hombre, llamando a la puerta de una joven humilde, María. Para su gran proyecto Dios pulsa a la puerta (Ap 3,20); siempre entra así en la vida: respetuosamente. Su estilo está más próximo al de la brisa que al del vendaval (1 Re 19,11-12). Y Jesús así hará su propuesta de conversión, desde la libertad. Es su estilo. Un estilo a imitar. Es lo que celebramos hoy. Que el Señor que nos dé la sensibilidad para escuchar y responder a su llamada.