Jueves 33º Semana Ordinario 1º de salterio

Presentación de La Virgen María.

Primera lectura: Apocalipsis 5, 1-10

El Cordero fue degollado, y con su sangre nos adquirió de toda nación.
 


Salmo: 149, 1-2. 3-4. 5-6a y 9b

R/. Nos has constituido para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
 


Evangelio: Lucas 19, 41-44

En aquel tiempo, cuando Jesús llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró a causa de ella y dijo:
—¡Si al menos en este día supieras cómo encontrar lo que conduce a la paz!
Pero eso está ahora fuera de tu alcance. Días vendrán en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te pondrán sitio, te atacarán por todas partes y te destruirán junto con todos tus habitantes. No dejarán de ti piedra sobre piedra, porque no supiste reconocer el momento en que Dios quiso salvarte.

 


Reflexión:

Jesús llora ante la ceguera de Jerusalén y ante nuestras cegueras. Esas lágrimas de Jesús son expresión de su celo pastoral, d los hombres, pero son también lágrimas de su respeto a la libertad del e su pasión por hombre. Son lágrimas de sensibilidad no de debilidad, lágrimas llamadas a conmover. Jesús se lamentó de que Jerusalén no supiera reconocer el momento de su venida, prolongando ayunos sin saber que el novio había ya llegado (Mt 9,14-15). ¿Y nosotros? “Estoy a la puerta llamando, si alguno me abre…” (Ap 3,20). El Señor está viniendo, y nosotros seguimos preguntando. “¿Cuándo te vimos…?”. Las lágrimas de Jesús deben ser también un toque de atención a no vivir dormidos, sordos o distraídos en la vida. Una llamada atenta para reconocer al Señor. En Jesús Dios llora con nosotros y por nosotros, y esas lágrimas deben servir de fundamento de nuestra esperanza. Cuando Dios llora, nos queda enjugar esas lágrimas, dejándonos bañar por ellas.
 


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