Lunes Cuaresma 2ª Semana 4ª de Salterio
San Patricio
Primera lectura: Dan 9,4b-10;
Ay, mi Señor, Dios grande y terrible, que guarda la alianza y es leal con los que lo aman y cumplen sus mandamientos. Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra. Tú, mi Señor, tienes razón y a nosotros nos abruma la vergüenza, tal como sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los de cerca y a los de lejos, en todos los países por donde los dispersaste a causa de los delitos que cometieron contra ti. Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti. Pero, mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona, aunque nos hemos rebelado contra él. 10No obedecimos la voz del Señor, nuestro Dios, siguiendo las normas que nos daba por medio de sus siervos, los profetas.
Salmo: Sal 78,8. 9. 11. 13;
R/. Señor, no nos trates como merecen nuestros pecados.
No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres; que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados. R/.
Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados a causa de tu nombre. R.
Llegue a tu presencia el gemido del cautivo: con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. R/.
Mientras, nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación. R.
Evangelio: Lc 6,36-38.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».
Reflexión:
La misericordia es uno de los atributos más destacados en el perfil del Dios bíblico (Éx 34,6-7; Sal 103,8), hasta el punto de ser definido como “El misericordioso” (Eclo 50,19) y “el Padre de las misericordias” (II Cor 1,3). La misericordia pertenece a la esencia íntima de Dios, es el crisol donde se funden todos los matices del amor divino: el de padre (Is 63,16; Os 11,1ss), el de esposo (Os 2,3ss) y el de madre (Is 49,14-15). Desde esta convicción, san Pablo invitará a revestirse de “entrañas de misericordia” (Col 3,12) y a practicarla con alegría (Rom 12,8); a ser “entrañables, perdonándoos mutuamente como Dios os perdonó en Cristo” (Ef 4,32). Así cumpliremos la bienaventuranza de Jesús: “Bienaventurados los misericordiosos”, y heredaremos su promesa: “porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).