Lunes 5ª Semana Ordinario 4ª de Salterio

San Alejo, Fundadores de los Servitas

Primera lectura: Gén 4,1-15.25;

Adán conoció a Eva, su mujer, que concibió y dio a luz a Caín. Y ella dijo: «He adquirido un hombre con la ayuda del Señor». Después dio a luz a Abel, su hermano. Abel era pastor de ovejas, y Caín cultivaba el suelo. Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo; también Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas. El Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, pero no se fijó en Caín ni en su ofrenda; Caín se enfureció y andaba abatido. El Señor dijo a Caín: «¿Por qué te enfureces y andas abatido? ¿No estarías animado si obraras bien?; pero, si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás dominarlo». Caín dijo a su hermano Abel: «Vamos al campo». Y, cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. El Señor dijo a Caín: «¿Dónde está Abel, tu hermano?». Respondió Caín: «No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?». El Señor le replicó: «¿Qué has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo. Por eso te maldice ese suelo que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no volverá a darte sus productos. Andarás errante y perdido por la tierra». Caín contestó al Señor: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Puesto que me expulsas hoy de este suelo, tendré que ocultarme de ti, andar errante y perdido por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará». El Señor le dijo: «El que mate a Caín lo pagará siete veces». Y el Señor puso una señal a Caín para que, si alguien lo encontraba, no lo matase.

Adán conoció otra vez a su mujer, que dio a luz un hijo y lo llamó Set, pues dijo: «Dios me ha dado otro descendiente en lugar de Abel, asesinado por Caín».


Salmo: Sal 49,1bc. 8. 16b-17 .20-21;

R/. Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza

El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. «No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.» R/.«¿Por qué recitas mis preceptos, tú que detestas mi enseñanzay te echas a la espalda mis mandatos?» R/.

«Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre; esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.» R/.


Evangelio: Mc 8,11-13.

En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación». Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla. 


Reflexión:

Los fariseos le pedían que hiciera milagros que le acreditaran, pero él no se dejaba instrumentalizar. El “profundo suspiro” equivale a la “mirada airada” que en otro momento les dirigió (Mc 3,5). La fe que encontraba en los “paganos” -el centurión, la cananea-, no la encontraba en los “religiosos” -fariseos-, que pedían pruebas y signos para creer. “Dichosos los que crean sin haber visto” advertirá a Tomás (Jn 20,29. Jesús no quiere una fe “ciega” sino “confiada” en él, que es el Signo, “pues de muchas maneras habló Dios…, hoy nos ha hablado en su Hijo” (Heb 1,1-2). Y lo que los sabios y entendidos no comprendieron, lo entendieron los sencillos de corazón (Mt 11,25). No es infrecuente pedir pruebas para creer, olvidando que la prueba de la verdadera fe es renunciar a pedir pruebas.


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