Miércoles 10ª semana Tiempo Ordinario 2ª de salterio
Beata Florinda Cévoli, San Juan de Sahagún.
Primera lectura: 1 Reyes 18, 20-39
Que este pueblo sepa que tú eres Dios y que has convertido sus corazones.
Salmo: 15, 1-2a. 4. 5 y 8. 11
R/. Dios, protégeme, que en ti confío.
Evangelio: Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—No piensen que yo he venido a anular la ley de Moisés o las enseñanzas de los profetas. No he venido a anularlas, sino a darles su verdadero significado.
Y les aseguro que, mientras existan el cielo y la tierra, la ley no perderá ni un punto ni una coma de su valor. Todo se cumplirá cabalmente.
Por eso, aquel que quebrante una de las disposiciones de la ley, aunque sea la menos importante, y enseñe a hacer lo mismo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos.
En cambio, el que las cumpla y enseñe a otros a cumplirlas, ese será considerado grande en el reino de los cielos.
Reflexión:
Sazonar e iluminar la vida desde los criterios del Evangelio es la misión del discípulo. Una sal insípida y una luz encerrada bajo un celemín, dice Jesús, son un contrasentido. Nuestro servicio no debe redundar en beneficio propio, sino servir a la gloria de Dios. El cristiano debe dar sabor, pero para eso ha de tener sabor él, ha de ser sabroso. Ha de iluminar, pero para eso ha de ser luminoso, conectado a la red, a Cristo. Esa es la luz, ese es el sabor, esa es la sabiduría que debe aportar a la vida: el sabor de Cristo, la luz de Cristo, la sabiduría de Cristo, que no es como la del mundo. Pero, ¿si el cristiano es opaco e insípido? Los discípulos del Señor no debemos ser “postres” sino alimentos y elementos básicos para sazonar e iluminar la vida.