Viernes Solemnidad Todos los Santos

Primera lectura: Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas.
 


Salmo: 23, 1-2. 3-4ab. 5-6

R/. Benditos los que buscan al Señor.
 


Segunda lectura: 1 Juan 3, 1-3

Veremos a Dios tal cual es.
 


Evangelio: Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
 


Reflexión:

 Hoy la Iglesia celebra una de sus notas específicas: la santidad. “ ma como proyecto personal vital. ¿Por qué? Quizá porque el tema Sed santos” (Mt 5,48). Sin embargo, la santidad no nos entusiasesté mal planteado. Quizá sea necesaria una poda de tanto sobrenaturalismo como hemos arrojado sobre este concepto. El papa Francisco en la Exhortación “Gaudete et Exsultate” habla de “los santos de la puerta de al lado”. La santidad no es exterioridad, ni ruido. Las auténticas opciones del cristiano maduran en el silencio. La santidad es la situación del hombre unido a Dios y a los hermanos; situación a la que se llega por una vivencia responsable y coherente de la fe, ayudados por la gracia de Dios. La santidad es acoger y entregarse día a día a las bienaventuranzas, único test propuesto por Jesús para valorar la calidad evangélica de la existencia. No hay bienaventurado que no sea santo, ni santo que no sea bienaventurado.
 


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