Lunes 1ª Semana Tiempo Pascual

San Hugo, San Venancio

Primera lectura: Hechos 2, 14. 22-32

A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
 


Salmo: 15, 1-2 y 5. 7-8. 9-10. 11

R/. Dios, protégeme, que en ti confío.
 


Evangelio: Mateo 28, 8-15

En aquel tiempo, las mujeres se alejaron rápidamente del sepulcro y, asustadas pero al mismo tiempo llenas de alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos.
En esto, Jesús les salió al encuentro y las saludó; ellas abrazaron sus pies y lo adoraron. Jesús entonces les dijo: —No tengan miedo. Vayan a llevar la noticia a mis hermanos. Díganles que se dirijan a Galilea; allí podrán verme.
Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia se fueron a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos del pueblo, y entre todos acordaron sobornar a los soldados para que dijeran que los discípulos de Jesús habían robado el cuerpo durante la noche, mientras la guardia dormía. Aseguraron además a los soldados que los librarían de toda responsabilidad si el asunto llegaba a oídos del gobernador. Los soldados tomaron el dinero e hicieron como se les había indicado. Y esta es la versión de lo sucedido que siguen dando los judíos hasta el día de hoy.

 


Reflexión:

Frente a la teoría del “secuestro”, como cristianos hemos de mostrar que no hubo secuestro y, sobre todo, que no lo hemos secuestrado nosotros. Al contrario, que somos testigos de que ha resucitado a la vida. Hemos de preocuparnos no de mostrar sepulcros vacíos sino espacios llenos de frutos de resurrección: paz, perdón, verdad, amor. Hay muchas formas, y muy sutiles de silenciar el anuncio de la resurrección, incluso cantando aleluyas. El testimonio de la resurrección de Cristo ha de concretarse en actitudes y opciones existenciales, encarnadas en la vida. “Alegraos” y “no tengáis miedo” son las primeras palabras del Resucitado a las mujeres. Dos palabras programáticas; dos palabras que hoy necesitamos para no sucumbir ante los retos de la vida. Dos palabras que hemos de interiorizar, haciéndolas vida propia, y que hemos de exteriorizar con la propia vida.
 


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