«Desde hace 40 años predico a los Papas»
El padre Raniero Cantalamessa habla del aniversario de su nombramiento a este oficio en la Casa Pontificia. El capuchino: me eligió Juan Pablo II, fue una sorpresa.
Era el 23 de junio de hace 40 años cuando el papa Juan Pablo II eligió como predicador de la Casa Pontificia – oficio que por tradición desde 1743 es confiado a un fraile menor capuchino, como el de teólogo a un religioso de la Orden de los frailes predicadores, mejor conocidos como dominicos – el franciscano padre Raniero Cantalamessa. Un aniversario que tiene sabor del primado para este religioso de origen marquesano que desde 1980 se ha encontrado ininterrumpidamente hasta hoy guiando las meditaciones de oración durante los tiempos litúrgicamente fuertes como el Adviento y la Cuaresma en la presencia de tres Papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, y de la Curia Romana. «Un record el de predicador de la Casa Pontificia –admite sonriendo el capuchino de 85 años que transcurrió todo el período de la emergencia sanitaria lejano de los reflectores mediáticos en su amado eremitorio del Amor misericordioso en Rieti, a las puertas de Roma, con algunas monjas de clausura – que será difícil de igualar... pero no sé si es envidiable. Sólo mi predecesor en este oficio en la Familia Pontificia, el padre Llarino de Milán, en el siglo Alfredo Marchesi, desarrolló el oficio de predicador apostólico por veinte años y durante cuatro Papas: Roncalli, Montini, Luciani y Wojtyla. Yo tengo una explicación personal acerca de mi duración en este rol, y no es sólo una “broma”. Sea Wojtyla, sea Ratzinger, sea Bergoglio, tres Papas sabios, intuyeron que este era el lugar en el que yo, padre Cantalamessa, podía hacer menos daño a la Iglesia, y por eso me mantuvieron en este oficio». Un personaje, el padre Raniero, que – además de haber sido en 1969, junto aGiuseppe Lazzari, uno de los “padres fundadores” del Departamento de Ciencias Religiosas de la Universidad Católica de Milán – ostenta otro importante primado: el de ser, luego del legendario padre Mariano de Turín, el fraile capuchino más conocido de la pequeña pantalla, habiendo estado por 15 años huésped fijo de la transmisión de la Rai “A sua imagine”.
Padre Raniero, ¿Cómo supo de este nombramiento inesperado?
A decir la verdad, el 23 de junio ocurre el cuadragésimo aniversario de mi nombramiento como predicador de la Casa Pontificia, pero no es el inicio. En verdad, mi mandato comenzó con la Cuaresma de 1980, es decir tres meses antes. Yo creo que el papa Juan Pablo II, muy justamente, quiso hacer una “pruebita” antes de asignarme oficialmente la “parte”. Recuerdo que me llegó un llamado telefónico del ministro general de los capuchinos del momento Pascual Rywalski. Decía: “El Santo Padre, Juan Pablo II, te eligió como predicador de la Casa pontificia. ¿Tienes motivos serios para renunciar?”. Busqué serios motivos, pero no encontré, aparte de una cierta comprensible sorpresa y una fuerte agitación.
¿Qué significa para un “simple” fraile capuchino “predicar” a los Papas?
En realidad, los roles, en este caso, están invertidos. Es el Papa que predica al predicador y al resto de la Iglesia. A veces, cuando Juan Pablo II me agradecía luego de la predicación, le decía que la verdadera predicación era la que él me hacía a mí y a toda la Iglesia. ¡Un Papa que, cada mañana de los viernes a las 9, en Adviento y en Cuaresma, encuentra tiempo para ir a escuchar la prédica de un simple sacerdote de la Iglesia!
¿Qué recuerdo conserva de Juan Pablo II?
Haber podido conocer de cerca a Juan Pablo II, por 25 de sus 27 años de pontificado, fue un privilegio del cual todavía no llego a darme cuenta. Para mí el papa Wojtyla es un hombre que vivió toda su vida en presencia de Dios y en presencia del mundo. El recuerdo más vivo que conservo de él es del encuentro que tuve al terminar la última predicación cuaresmal apenas dos semanas antes de su muerte. Había seguido la predica desde su departamento. Sentado en su sillón, enfermo pero lúcido, nos hablamos más con la mirada que con las palabras. Fue mi personal despedida.
¿Y de Benedicto XVI?
Mi conocimiento y amistad con el cardenal Ratzinger se remonta al momento en que era presidente de la Comisión teológica internacional (CTI) y yo uno de sus treinta miembros, de 1975 a 1981. De él siempre me admiró la capacidad de moderación en los debates y su perfecto conocimiento del latín. Como cardenal no faltaba a mis predicaciones. Los ocho años como Pontífice, Benedicto XVI, significaron para mí la promoción de la dimensión doctrinal y teológica y el diálogo con la cultura del momento. Creo que su renuncia al ministerio petrino – primero en la historia totalmente libre y no condicionada desde fuera – tendrá repercusiones históricas positivas sobre el rol del Romano Pontífice, haciéndolo más a la medida del hombre.
En 2013, con la elección a la silla de Pedro de un Papa que elige llamarse Francisco, usted entrevió casi un retorno profético a aquel “radicalismo evangélico” del que el Pobrecillo de Asís fue el promotor y el paradigma. ¿Se puede explicar el por qué?
Mi conocimiento de Bergoglio se remonta a los tiempos en que era cardenal y arzobispo de Buenos Aires. Lo recuerdo como un hombre muy diferente. Tuve la ocasión de predicar dos retiros a su clero, el último fue pocos meses antes de su elección como Pontífice. Cuando, en la televisión, sentí el nombre que había elegido y lo vi asomarse a la logia central de la Basílica de San Pedro, saludar a la gente con el “¡Buenas tardes!” y pedir ser bendecido por el pueblo, le dije a quienes estaban a mi lado: “No está inventando nada para beneficio de las cámaras. Este es el hombre. Bergoglio es así”. En estos siete años de aquel día, mi estima (y con ella el agradecimiento a Dios) creció de modo exponencial.
Entre las curiosidades de su actividad como predicador está la haber tenido un sermón en 2015 al Sínodo general de la Iglesia anglicana en presencia de la Reina Isabel II. ¿Qué recuerda de ese acontecimiento histórico?
Fue uno de los momentos más significativos de mi “ministerio ecuménico” de predicador. Muchas veces en el curso de estos años fui invitado para hablar a los pastores de diversas confesiones cristianas, desde los Luteranos a los Pentecostales. Sobre la invitación del primado anglicano Justin Welby, tuve la homilía en la abadía de Westminster para la inauguración del Sínodo en 2015. La Reina hizo notar la novedad del hecho. Si un sacerdote católico, dijo, era invitado a predicar en Westminster, quería decir que algo verdaderamente estaba cambiando entre los cristianos.
Fundamental en su larga biografía fue también su encuentro con el movimiento de la Renovación en el Espíritu... En 1977, tras mucha resistencia, me rendí y durante una estadía en los Estados Unidos recibí aquello que – con las palabras de Jesús Hechos 1,5 – es llamado “bautismo en el Espíritu”. Fue la gracia más grande de mi vida, luego del bautismo, la profesión religiosa y la ordenación sacerdotal. Una gracia que renovó y revitalizó todas las gracias precedentes y que recomendaría todos que la hagan, cada uno en el modo y según la ocasión que el Espíritu le ofrece. El Papa Francisco no deja pasar la ocasión para recordárnoslo: una verdadera renovación de la vida cristiana y de la Iglesia no podrá ocurrir sino “en el Espíritu Santo”. La misma unidad de los cristianos es obra suya.
¿Qué sueños siente tener como “fraile anciano” para las nuevas generaciones de la Iglesia católica?
Confieso que las recurrentes previsiones del inevitable ocaso de la Iglesia y del cristianismo en una sociedad cada vez más tecnologizada me hacen sufrir, pero también sonreír. Tenemos una profecía mucho más autorizada de la cual confiarnos: «los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24,35). A las nuevas generaciones de cristianos quisiera gritar con el Apóstol: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. No os dejéis desviar por doctrinas varias y extrañas» (Hebreos 13,8)
Avvenire.it
Autor
Filippo Rizzi