FRANCISCO JAVIER MORENO SALÁN (OFMCap) CON MOTIVO DE SU ORDENACIÓN SACERDOTAL POR LA IMPOSICIÓN DE MANOS DE MONS. ERNESTO JOSÉ ROMERO RIVAS (OFMCap)
Me llamo Francisco Javier, soy un hermano capuchino nacido hace 42 años en Palencia, una ciudad histórica, bella y acogedora en su pequeñez y humildad. De padre pamplonés y madre palentina, pertenezco a una familia no muy extensa, católica y bien avenida. No se ampliará mucho en el futuro, ya que mi hermano Ignacio comparte también esta vocación franciscano-capuchina y, además, tenemos solo una prima carnal en la familia, Laura, en quien están depositadas todas las esperanzas para la perpetuidad del apellido Moreno. Y aun así, a priori, será secundario.
Respecto a mi infancia, comencé la etapa infantil en un colegio de las religiosas dominicas, pasándome poco después a los Maristas –en aquel tiempo no ofrecía esta etapa educativa–, dado que su colegio estaba a pocos metros de mi casa. Recuerdo esta etapa de mi infancia y niñez como la mejor de todas las que hasta ahora he vivido. De pequeñajo me llamaban “Javierito”, era tranquilo y obediente, vivía feliz, me recuerdo integrado, sin grandes preocupaciones ni problemas, viviendo con gran naturalidad. No es que fuese un gran estudiante, pero sin grandes esfuerzos y con poca atención toreaba las materias con agilidad, saliendo airoso del estudio en aquella época de mi vida.
Recuerdo que me encantaba coleccionar y jugar con los coches de metal a escala (la marca Buraggo era mi favorita) simulando el tráfico, un accidente, la llegada de los primeros auxilios, etc.
Como anécdota, he de contaros que de pequeño era ambidiestro, pero la profesora religiosa en seguida me orientó a escribir exclusivamente con la mano derecha. En fin, aunque residualmente, me he salido con la mía, pues manejo la zurda algo mejor que la media de los mortales diestros. Otra anécdota en esta época infantil es que mostré mi desacuerdo con la monja con una patada de las que marcan época –naturalmente no me acuerdo de nada de eso, pero sí mis padres, que hablaron con ella y les pidió que, por favor, no me dieran más vitaminas. ¡Pero si no me las daban!
Cuéntanos sobre tu vocación. ¿Cómo llega la vocación a tu vida?
¡Esta sí que va a ser buena! De raíces familiares cristianas, en la etapa de la adolescencia dejé un poco de lado la práctica sacramental dominical y la asiduidad con la que iba a la Iglesia, a pesar de que me sentía y me reconocía públicamente cristiano.
Así, las cosas, durante una Semana Santa hace ya casi once años, sentí en lo profundo de mi corazón la necesidad de preparar seriamente una confesión ante el Señor, pidiendo perdón por todos los errores y desmanes que había cometido en la etapa anterior. Así pues, buscando una confesión en varias iglesias sin encontrar confesor, recalé en el convento dominico de mi ciudad, precioso, por cierto. Allí encontré un fraile anciano sentado orando de frente al Sagrario, que enseguida accedió a confesarme. Para mi sorpresa –ya que había preparado la confesión a conciencia–, no pronuncié ni tan solo una de mis faltas, pues este dominico (P. Bravo, que ha fallecido en la madrugada de mi ordenación sacerdotal) repasó los diez mandamientos, dejándome asentir tan solo con la cabeza como muestra de mi arrepentimiento. Allí experimenté intensamente el amor incondicional y absoluto de Dios, como si no hubiese ningún defecto ni arista en mí, hasta el punto de relatar a mi familia que no había recibido semejante cariño de ningún otro humano, díganse padres o abuelos como referencias afectivas más importantes.
Desde ese momento comencé a engancharme más y más a las misas dominicales en los Dominicos y, poco a poco, fui profundizando en la relación con el Señor a través de la oración y piedad personal y la práctica sacramental. Por aquel entonces seguía confesándome con este padre dominico, que veía en mí ilusionado la posibilidad de una nueva vocación dominica.
Y entonces, ¿Cómo llegas a Capuchinos?
Se cruzó el Padre Pío, haciendo de las suyas, pues como sabéis, advirtió con ironía: “daré más guerra muerto que vivo”. Indirectamente, puesto que no ha habido ninguna presencia capuchina en mi ciudad –y por aquel entonces la fraternidad más cercana, Valladolid, estaba cerrada–, conocí la que sería a la postre mi vocación franciscano-capuchina, esta vocación que trato de confirmar cada nuevo día de mi vida.
He de decir que este confesor dominico mencionado anteriormente, tan querido en Palencia, aceptó como “de Dios” mi vocación franciscana, aun sintiéndolo en su corazón, ya que pensaba que recalaría en las filas de la Orden de predicadores. Me decía – ¡Señor, creo en ti! – como oración simple y llana que cualquier creyente en cualquier espacio, tiempo y lugar, por ocupado que esté, puede elevar con su mirada y humilde corazón a Dios.
Retomando la pregunta, la primera cosa que hice a fin de contactar con los capuchinos fue consultar en internet la información sobre la Orden, dónde estaba la formación, las fraternidades, etc. De este modo, siguiendo la información ofrecida en internet, contacté por teléfono con la fraternidad formativa de Zaragoza. Me dijeron que la información estaba desactualizada, que ya no estaba allí la formación, así que me remitieron a la casa de El Pardo (Madrid), a donde me dirigí al día siguiente.
Allí me atendió fray Santiago, el hermano portero, “ya resucitado”, remitiéndome a la Curia provincial de Medinaceli. En la portería me recibió el hermano Emilio, que llamó inmediatamente al hermano provincial Benjamín, con quien tuve una entrevista vocacional.
Lo curioso es que estuvieron presentes también mi padre y mi hermano Ignacio, que por aquél entonces no pensaba ni de lejos hacerse también fraile capuchino.
Desde ahí, comienzo mi andadura y discernimiento vocacional con los Capuchinos en diferentes etapas formativas: realicé el aspirantado en la recién abierta y dinámica fraternidad de Valladolid, dos años de postulantado en Granada, el noviciado en El Pardo y la etapa formativa del postnoviciado en Bilbao, donde finalicé la teología, y en El Pardo nuevamente, donde celebré el pasado dos de agosto, Fiesta de la Porciúncula, la profesión perpetua.
En una sociedad cada vez más separada de lo espiritual (y que apuesta mucho por lo material)… ¿Por qué una persona tan joven como tú sigue el camino? ¿Quién te anima? ¿Qué dificultades vas sorteando?
Personalmente creo que la dimensión espiritual del ser humano es un ámbito irremediablemente constitutivo del que su propia libertad no puede disponer o anular, aunque sí olvidar, descuidar o desatender. Ciertamente una existencia materialista te conduce hacia una existencia inauténtica, alejada de la capacidad de acoger crítica, responsable y conscientemente tu vida y de valorar y acoger tus posibilidades y debilidades, la proyección de un futuro, el compromiso y las metas personales, comunitarias o humanas, etc. Mi experiencia me dice que, sea cual sea la situación en la que te encuentres, por más inauténtica, banal y ociosa que pueda ser tu vida, siempre tienes la posibilidad de escuchar y atender la llamada del Señor, que llama paradójicamente con rotundidad y, no menos, ternura a tu puerta.
A buen seguro cada llamada se desarrollará de forma personalizada y diferente, pero su consistencia es la misma: Dios llama a tu puerta ofreciéndote seguirle a través de la vocación a la que desde todo tiempo y lugar estás convocado: el ejercicio soberano de tu libertad, que conduce a tu propia humanización, y, en definitiva, a la participación de este Dios que se hizo carne y que nos abre sus brazos en Jesucristo, su Hijo y nuestro hermano, con la fuerza, los dones y virtudes infundidas por el Espíritu Santo. ¿Mucha teología en esta frase? No menos que esta que nos legó san Francisco en su Testamento: “El Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio”. Y así lo vivió. Y así lo tratamos de vivir nosotros los frailes. A pesar de las dificultades. Sabiendo que el Señor me dio hermanos y no los elegí yo. Que me he comprometido de por vida a seguir a Cristo pobre y crucificado. A pesar de mis propias debilidades y de las de los demás. De que no puedo formar una familia. De que no dispongo de mí mismo a voluntad. De que me quedo tantas veces lejos de mi mejor versión personal, humana, religiosa, espiritual…
Tu familia Javi… ¿qué papel ha jugado en tu vocación?
Nunca seré lo suficientemente consciente de todo lo que tengo que agradecer a Dios por la familia en la que he nacido, por cómo me han arropado y querido, por haberse sacrificado verdaderamente por sus dos hijos, por habernos transmitido la fe inquebrantable de la que gozamos. Estamos ante todo un auténtico derecho fundamental que se debe procurar a todo ser humano y que no puede pasar desapercibido, pues es fundante para el desarrollo posterior de la existencia. ¿Qué ideal fraterno podría tener si no hubiera experimentado el amor paternofilial? ¿Cuál sería el rostro de Dios al que me dirijo todos los días en mi oración personal y comunitaria? ¿Cómo podría entender la parábola del hijo pródigo si no hubiese experimentado una y otra vez su perdón? Muchas preguntas y pocas respuestas. La mejor de todas ellas es, sin lugar a duda, el agradecimiento a Dios por lo que me ha tocado en heredad, sirviendo a los hermanos y a la sociedad con el testimonio personal, comunitario y eclesial.
Y llegó el día de la celebración. Las cámaras captaron todo lo exterior… pero, ¿qué había dentro? ¿Qué sentías en ese momento?
Es un cúmulo de sensaciones y de emociones que son muy difíciles de describir. A medida que se acerca el día y van quedando pocas horas para la celebración, me gustaría por un momento poder parar el tiempo, prepararme mejor, estar más concentrado, etc. Pero sabes que el momento de la celebración va llegando, que tienes que preparar muchas cosas: la liturgia, las palabras de la acción de gracias, la acogida de hermanos, de familiares y de amigos dispuestos a festejar contigo la que será –al menos– una de las celebraciones más importantes de mi vida, etc. Es lógico, pues, que se entremezclen los nervios y la tensión litúrgica del sacramento con las ganas de disfrutar la ceremonia; el gozo de saberte llamado al sacerdocio y el respeto y la responsabilidad que conlleva la ordenación sacerdotal, etc.
¡Pero qué difícil se me hace seleccionar los momentos más emotivos de mi ordenación sacerdotal!
No obstante, tengo que hacerla. Uno de ellos es sin duda la procesión de entrada, pues ya me va introduciendo en el ambiente litúrgico-eclesial de la propia celebración. Otro de ellos es, sin duda, la oración de consagración sacerdotal y la abundante unción del óleo sacro en las manos por parte del Obispo y hermano mons. Ernesto. También la oración e imposición de manos en mi cabeza por parte de todos los concelebrantes, todos ellos muy cercanos y queridos. ¡Cuidado lo que apretaron algunos hermanos mi cabeza con sus manos! Por otra parte, qué voy a decir de la emoción que sentí en mi primera concelebración fraterna en la misa en la que acabo de ser ordenado.
Por último, destaco el momento de la acción de gracias a todos y aquellos que han hecho posible que llegue a ser aquél que soy en ese momento y entregarme como sacerdote, a Aquél que me pensó, me creó, me ama y sigue sustentando mi vida y vocación a pesar de mi propia imperfección. Ya sabéis que Pablo en la Carta a los Romanos nos recuerda que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20)
Sobre la primera misa me comentabas que el corazón te iba a mil. Vuelvo a la emotivo, a los sentimientos más profundos. ¿Qué pensaste en esa celebración?
Por lo que respecta a mi primera celebración, fue una pena que no pudieran concelebrar los dos frailes mayores de la fraternidad de El Pardo: Basilio, por no encontrarse del todo bien y Antonio Oteiza, por haber sido trasladado a la enfermería de Pamplona a causa de una fisura de cadera. A pesar de ello, concelebraron el resto de los hermanos de la fraternidad local, además de Jean-Louis, profesor de la universidad franciscana Antonianum, que vive en Roma conmigo. Sin duda, debo destacar la intensidad con que me vibraba el corazón y la voz durante la consagración, pues por un momento eres consciente de que estás delante de un misterio inefable que te sobrepasa inmensamente. Nada menos que ante el Cuerpo y la Sangre del Señor, en la que se halla viva y realmente presente, ofreciéndosenos cada día de nuevo para unirnos más profundamente al Padre. Verdaderamente hay que vivirlo. Me pregunto, como no podría ser de otra manera, cómo latirá el corazón el día de la boda con tu prometida o el día en que tu hijo o hija nace a la luz…
Por último… Una vez ordenado… ¿qué planes tienes para el futuro?
¿Planes para el futuro? Solo Dios lo sabe, porque nada es imposible para Él. Es cierto que escucho sugerentes propuestas para desarrollar y profundizar en mi vocación capuchina sirviendo a la provincia a la que pertenezco. Ojalá se hagan realidad, funcione bien en mi futura responsabilidad y, simultáneamente, pueda seguir profundizando en el conocimiento teológico-dogmático. Academia y pastoral son dos realidades que me atraen y que, ciertamente, no son incompatibles entre sí, aunque tengas que priorizar una de ellas. Solo puedo afirmar que nada de lo acontecido hasta ahora ha sucedido en balde. Ni tan siquiera las dificultades. Mi experiencia de fe me indica que el Señor orienta, acompaña y sugiere todos nuestros pasos hacia Él. El resto, “vanidad de vanidad" (Qo 1,2)
(L.L)