La vida no termina, se transforma
Llega noviembre y, aunque parezca un contrasentido, los cementerios se llenan de vida los primeros días con las personas que van a limpiar y adornar las tumbas y nichos donde están los restos mortales de sus seres queridos.
Llega noviembre y, aunque parezca un contrasentido, los cementerios se llenan de vida los primeros días con las personas que van a limpiar y adornar las tumbas y nichos donde están los restos mortales de sus seres queridos. Los días de Todos los Santos y de Difuntos nos permiten revivir el agradecimiento por el don de la vida, que es el mayor regalo que hemos recibido, y el regalo que ha sido para cada uno de nosotros las personas a las que hemos querido, nos han dado la vida, han formado parte de ella y ya no están entre nosotros.
Seguimos recordando y queriendo a los que se nos han ido y necesitamos hacer nuestro proceso de duelo o acompañar el duelo de otras personas, pues como expresa la liturgia cristiana, “la vida de los que en ti creemos Señor, no termina, se transforma. Y al deshacerse nuestra morada terrenal adquirimos una mansión eterna en el cielo”. Racionalmente comprendemos que, antes o después, todo ser vivo tiene que morir. Pero hay momentos en los que la muerte se nos hace especialmente difícil de asimilar, sobre todo cuando se produce en determinadas circunstancias.
Vivimos tiempos complicados y en estos años, debido a la pandemia, seguramente que todos, en mayor o menor medida, hemos sentido más cercana la posibilidad de la propia muerte. En estos años la hemos tenido a la vista y al alcance de todos. Creo que todos tenemos algún conocido, vecino, amigo o familiar, que nos ha dejado, dejando, precisamente un hueco que es difícil de llenar.
Pero, como somos también en cierto modo, hijos e hijas espirituales de San Francisco de Asís, os propongo que en este tiempo evoquemos su misma experiencia cuando la muerte se le hizo cercana. “Y por la hermana muerte, loado mi Señor; ningún viviente escapa a su persecución”. Son palabras del Cántico de las Criaturas que compuso Francisco de Asís al final de su vida, tiempo marcado por el dolor y la enfermedad. Aun así, él fue capaz de alabar al Señor por todas las criaturas que el mismo Señor ha creado, sin omitir ni siquiera la alabanza por la “hermana muerte”. Una tendencia bien contraria al tabú de mencionar la muerte, y menos para considerarla hermana. Para los cristianos, en la muerte, en la nuestra y en la de quienes nos han dejado ya, no estamos ante la nada ni ante el vacío total. Estamos ante el encuentro definitivo con Dios. En medio de la muerte hablamos de Resurrección. Momento en el que reencontramos ante Dios toda nuestra historia.
Así, la muerte no es una pared, un muro contra el que choca la vida y se destruye, sino que es una puerta abierta a la plenitud de la vida para la que fuimos creados; es la “hermana muerte” como la llamaba san Francisco de Asís.
Fr. Benjamín Echeverría