Que vuelva la vida
Llevamos dos años marcados por la pandemia. Recuerdo aquel 6 de marzo de 2020, el primer viernes de marzo, que organizamos la fiesta popular del Cristo de Medinaceli con la incertidumbre de si la podríamos celebrar o no, pues ya sentíamos la amenaza de este virus desconocido.
Dos días más tarde, el 8, Día de la Mujer, se comenzaron a tomar algunas medidas que nos han acompañado en este tiempo para frenar la pandemia, al mismo tiempo que nos despedíamos, sorprendidos, de personas cercanas y queridas. Estos dos años nos han marcado a muchos niveles, pues los hemos vivido con una sensación de amenaza permanente. A menudo dialogo con personas que manifiestan su malestar, sus miedos, sus agobios, las pérdidas de salud, de familiares, de fuerzas para enfrentarse a la vida…
Hay quien afirma que el tiempo nos va situando y nos ha hecho más humildes. Aquello que pensábamos que iba a ser pasajero se va alargando más de lo que nos habíamos imaginado y la preocupación por las nuevas variantes del virus y amenazas no disminuye, sino que crece, creando en muchas personas una tristeza y desorientación que paraliza sus vidas.
En medio de esta situación tenemos la conciencia de que no podemos pararnos, de que todo sigue y que hay que seguir afrontando la vida y la realidad en la que nos movemos de la mejor manera posible. Quienes tratamos de vivir e interpretar la vida desde el espíritu franciscano creemos que, en este mundo en constante cambio, en crisis, con esta inseguridad y miedos que aparecen, necesitamos recapacitar sobre un modo de vida que se ajuste al Evangelio.
En el tiempo en que vivimos ha aparecido frecuentemente la palabra “colapso” para indicar que la situación que vivimos puede llegar a desbordarnos y a paralizarnos. Ante esto tenemos que activar la esperanza.
En el mes de marzo vemos renacer cada año la naturaleza. Al invierno le sigue la primavera; a la muerte, la vida. Ante la desilusión y el desasosiego necesitamos esperanza. Para los cristianos la esperanza se fundamenta siempre en la fe y en la confianza en este Dios que acompaña nuestra vida. Es una esperanza que confía en que otro mundo es posible, porque seguimos teniendo nuevas oportunidades para rehacernos como personas y como sociedad.
En este mes de marzo, nos acercaremos ante el Cristo de Medinaceli, el Nazareno, el Rescatado, para poner ante él nuestros agobios, para exponer las situaciones de las que necesitamos ser rescatados, para dar gracias por esos destellos de luz que han aparecido en nuestra vida y nos ayudan a ver las cosas más claras. Quisiéramos hacerlo con un beso en su pie, pues desde hace dos años no hemos podido, pues “no es devoción falsa y loca, traer besos en la boca nacidos del corazón…”. Sea como sea, le seguimos pidiendo que vuelva la vida, que Dios nos bendiga, nos guarde, nos muestre su rostro, su ternura y nos dé su paz.
Fr. Benjamín Echeverría