Por los vivos y por los difuntos
Hay días que los tenemos bien marcados en el calendario personal y laboral. Los primeros días de noviembre lo están. El uno, día de Todos los Santos y el día dos, día de todos los Fieles Difuntos. La tradición cristiana nos lleva a tener muy presentes a los santos desconocidos y también a rezar por los vivos y difuntos. Así lo aprendimos hace muchos años como una de las obras de misericordia espirituales.
Estos años de pandemia se nos han vuelto especialmente complicados pues hemos tenido que decir adiós, de manera inesperada, a muchas personas cercanas. Hace tiempo leía un escrito en el que su autor decía que “ante la muerte podemos hacer dos cosas: rezar y llorar”. Es lo que hacemos como creyentes ante el zarpazo de la hermana muerte. Nuestras lágrimas muestran la desesperación, la rebeldía, la pena, la compasión, el cariño… Dicen que llorar nos purifica, nos limpia por dentro, nos ayuda a mirar con transparencia la realidad. Pero esa mirada a la realidad no es fácil. El dolor y el sufrimiento están presentes en la vida de una persona de distintas maneras. Cada uno tenemos el nuestro y lo afrontamos como podemos. Es bueno hablar sobre la pérdida y dejar que salgan nuestros sentimientos. Dolor y sufrimiento nos ayudan a descubrir nuestras necesidades más hondas, nuestros deseos y carencias. Forman parte de la otra cara del amor.
Podemos hacer de estos días cortos de luz, en los que la naturaleza se va transformando para pasar el invierno, un tiempo de agradecimiento. No sólo es cuestión de recordar los últimos momentos de la vida de una persona cercana, sino de ser consientes de lo que nos han aportado en nuestra vida todos esos familiares, amigos, conocidos que echamos en falta. Podemos pensar en qué les gustaría que recordáramos, que es lo que les caracterizó, qué es lo que movió su vida… Dicen también que la memoria está muy vinculada al agradecimiento. El agradecimiento es la respuesta ante lo bueno que nos ha sucedido gracias a otras personas. Agradecer nos hace más humanos y aumenta nuestra confianza.
El Papa Francisco nos dice en su Exhortación sobre la Santidad en el mundo actual, que “En la Carta a los Hebreos se mencionan distintos testimonios que nos animan a que corramos, con constancia, en la carrera que nos toca (12,1)… y sobre todo se nos invita a reconocer que tenemos una nube tan ingente de testigos que nos alientan a no detenernos en el camino, nos estimulan a seguir caminando hacia la meta. Y entre ellos puede estar nuestra propia madre, una abuela u otras personas cercanas. Quizás su vida no fue siempre perfecta, pero aun en medio de imperfecciones y caídas siguieron adelante y agradaron al Señor“(GE 3).
Estos días pueden ser días de agradecimiento en los que sentir su presencia.
Fr. Benjamín Echeverría