A veces, cuando nos ponemos trascendentes, nos preguntamos si vivir es eso: estudiar, trabajar, salir de fiesta, descansar, viajar algo… y poco más.
Está el “coro” de los realistas que dicen que no hay que marear la perdiz: las cosas son como son y hacerse preguntas es perder el tiempo.
Otros, sin embargo, los llamados “utópicos”, intuyen que las cosas tienen que ser de otra manera, que hay algo debajo de la piel.
Como decía Heráclito: “La armonía de lo invisible es mayor que la armonía de lo visible”.
Hay otra forma de vivir, pero hay que construirla y luego descubrirla.
Construirla y descubrirla.
Construirla poco a poco en tu casa, en tu tierra, en tus hábitos de vida, en tus opciones cotidianas.
Y luego descubrirla, fijarse en ella, abrirle paso, dejarle que hable y que haga propuestas.
Gandhi decía que hay que vivir sencillamente para que otros sencillamente puedan vivir.
Y Saramago, por su parte, afirmaba que no cambiaremos la vida si nosotros no cambiamos de vida.
La vida puede ser más simple, las necesidades se pueden ir ajustando, dedicar mucho más espacio para la relación con la familia, con los demás y con uno mismo.
En la forma de vida de siempre hay debajo otra manera de vivir nueva, con brillo, con sencillez, con gozo elemental, en comunión con la gente y con los días, en contacto con la “magia” que la habita.
Se trata de seguir siendo la misma persona, pero con otro aire en la vida, aunque no se sepa muy bien cómo explicarlo.
Hay un secreto, una presencia, en esta vida nuestra tan desmadejada.
Francisco de Asís intuyó que un nuevo tiempo estaba naciendo, y buscó una forma de vida y una espiritualidad llenas de autenticidad.
Su experiencia espiritual reverbera en sus palabras, y esas palabras suenan como latidos, irradian vida, nos animan a mirar y a sentir a fondo, y a buscar con la libertad del Espíritu, nuestras propias palabras.