Martes Tiempo de Navidad

San Silvestre.

Primera lectura: 1 Juan 2, 18-21

Estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.
 


Salmo: 95, 1-2. 11-12. 13

R/. Que se alegre el cielo y se goce la tierra.
 


Evangelio: Juan 1, 1-18


En el principio ya existía la Palabra; y la Palabra estaba junto a Dios y era Dios.
Ya en el principio estaba junto a Dios.
Todo fue hecho por medio de ella y nada se hizo sin contar con ella.
Cuanto fue hecho era ya vida en ella, y esa vida era luz para la humanidad;
luz que resplandece en las tinieblas y que las tinieblas no han podido sofocar.
Vino un hombre llamado Juan, enviado por Dios.
Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino testigo de la luz.
La verdadera luz, la que ilumina a toda la humanidad, estaba llegando al mundo.
En el mundo estaba [la Palabra] y, aunque el mundo fue hecho por medio de ella, el mundo no la reconoció.
Vino a los suyos y los suyos no la recibieron; 
pero a cuantos la recibieron y creyeron en ella, les concedió el llegar a ser hijos de Dios.
Estos son los que nacen no por generación natural, por impulso pasional o porque el ser humano lo desee, sino que tienen por Padre a Dios.
Y la Palabra se encarnó y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, la que le corresponde como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan dio testimonio de él proclamando: «Este es aquel de quien yo dije: el que viene después de mí es superior a mí porque existía antes que yo».
En efecto, de su plenitud todos hemos recibido bendición tras bendición.
Porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y vive en íntima unión con el Padre, nos lo ha dado a conocer

 


Reflexión:

El prólogo del IV Evangelio ofrece “otra” versión de la Navidad: pre senta el núcleo de su misterio: La Palabra se hizo carne. Esa palabra es la Luz de Dios, la Vida de Dios, la Presencia de Dios. Palabra dinámica, capaz de regenerarnos en “hijos de Dios”. Pero es una Presencia, una Luz, una Vida que se propone, no se impone; llama a la puerta. Espera una acogida libre. Puede ocurrir el drama de que “vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. No es fácil reconocer a un Dios así, pero así es Dios, porque el Hijo que vive en el seno del Padre así nos lo ha revelado.
Con la encarnación y alumbramiento de la Palabra se cierra definitivamente un ciclo y se abre otro. En la Navidad se puede creer o no creer; lo que no se puede hacer es tergiversarla. No es fácil aceptar esa “locura”, pero quien dice creer en ella ha de vivir conforme a ella.

 


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