Lunes Navidad 1ª de Salterio

Santo Tomás Becket

Primera lectura: 1 Jn 2,3-11;

Queridos hermanos:

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe caminar como él caminó. Queridos míos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo —y esto es verdadero en él y en vosotros—, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos. 


Salmo: Sal 96,1-2a. 2b-3. 5b-6;

R/. Alégrese el cielo, goce la tierra.

Canten al Señor un cántico nuevo, canten al Señor, toda la tierra; canten al Señor, bendigan su Nombre. R/.

Proclamen día tras día su victoria. Cuenten a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones. R/.

El Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo. R/.


Evangelio: Lc 2,22-35

Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, 23de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones | y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones». 


Reflexión:

Jesús es presentado  en el Templo con el “ritual” de los pobres. La única ofrenda agradable a Dios, se reviste de pobreza y humildad. ¡Qué gran lección! Y un “hombre de Dios”, Simeón, que esperaba el consuelo de Israel, iluminado por el Espíritu, desvela  el misterio del Niño: Salvador, Luz, Gloria de Israel y signo de contradicción, y le descubre a María su destino: una vinculación existencial con la suerte de su Hijo. En esta escena se cumple la bienaventuranza de los limpios de corazón, “porque ellos verán a Dios”. Simeón es el último centinela de la antigua alianza. Un hombre, un laico, capaz de reconocer una luz que no fueron capaces de distinguir las luminarias oficiales de Israel. Un hombre que vio cumplido su sueño: Ver al Salvador. ¿Es ese nuestro sueño?


  • Compártelo!