Lunes Adviento 4ª Semana 4ª de Salterio
San Demetrio, Santa Francisca Javier Cabrini
Primera lectura: 1 Sam 1,24-28;
Una vez destetado, lo subió consigo, junto con un novillo de tres años, unos cuarenta y cinco kilos de harina y un odre de vino. Lo llevó a la casa del Señor a Siló y el niño se quedó como siervo. Inmolaron el novillo y presentaron el niño a Elí. Ella le dijo: «Perdón, por tu vida, mi señor, yo soy aquella mujer que estuvo aquí en pie ante ti, implorando al Señor. Imploré este niño y el Señor me concedió cuanto le había pedido. Yo, a mi vez, lo cedo al Señor. Quede, pues, cedido al Señor de por vida». Y Elcaná se postró allí ante el Señor.
Salmo: Sal 1 Sam 2,1. 4-5. 6-7;
R/. Mi corazón se regocija por el Señor, mi Salvador
V/. Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación. R/.
V/. Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía. R/.
V/. El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece. R/.
V/. Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria. R/.
Evangelio: Lc 1,46-56.
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como lo había prometido a nuestros padres— en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.
Reflexión:
Junto al Padrenuestro, el Magnificat es una de las oraciones bíblicas más hermosas: brota del corazón agradecido y gozoso de María, donde guardaba las cosas. Es su “credo”; su fe se hace canto. No es un recitado aséptico de verdades, sino la formulación de la gran Verdad, tal como es sentida en su vida. María proclama la fe con el alma; porque Dios se ha fijado en ella y en ella ha hecho obras grandes. Una fe personalizada. No canta al Salvador, sino a mi Salvador, con un rostro bien definido: Salvador, Santo, Misericordioso, Poderoso, Fiel, con opciones por los pobres y pequeños, contra los opresores… ¿Es así nuestro credo?, ¿proclamamos y vivimos así nuestra fe? También Dios nos ha mirado y ha hecho en nosotros y en nuestro favor “obras grandes”. Hagamos de nuestra vida un “Magnificat”.