Jueves 2ª Semana Cuaresma 2ª semana del salterio

Primera lectura: Jeremías 17, 5-10

Maldito quién confía en el hombre; bendito quién confía en el Señor.
 


Salmo: 1, 1-2. 3. 4 y 6

R/. Feliz quien ha puesto en el Señor su confianza.
 


Evangelio: Lucas 16, 19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
—Había una vez un hombre rico que vestía de púrpura y finísimo lino, y que todos los días celebraba grandes fiestas. Y había también un pobre, llamado Lázaro, que, cubierto de llagas, estaba tendido a la puerta del rico. Deseaba llenar su estómago con lo que caía de la mesa del rico y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas. Cuando el pobre murió, los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Tiempo después murió también el rico, y fue enterrado. Y sucedió que, estando el rico en el abismo, levantó los ojos en medio de los tormentos y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su compañía. Entonces exclamó: «¡Padre Abrahán, ten compasión de mí! ¡Envíame a Lázaro, que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque sufro lo indecible en medio de estas llamas!». Abrahán le contestó: «Amigo, recuerda que durante tu vida terrena recibiste muchos bienes, y que Lázaro, en cambio, solamente recibió males. Pues bien, ahora él goza aquí de consuelo y a ti te toca sufrir. Además, entre nosotros y ustedes se abre una sima infranqueable, de modo que nadie puede ir a ustedes desde aquí, ni desde ahí puede venir nadie hasta nosotros». El rico dijo: «Entonces, padre, te suplico que envíes a Lázaro a mi casa paterna para que hable a mis cinco hermanos, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento». Pero Abrahán le respondió: «Ellos ya tienen lo que han escrito Moisés y los profetas. Que los escuchen». El rico replicó: «No, padre Abrahán, solo si alguno de los que han muerto va a hablarles, se convertirán». Abrahán le 
contestó: «Si no quieren escuchar a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque resucite uno de los que han muerto».
 


Reflexión:

Con esta parábola Jesús enseña a vivir con lucidez la vida, y eso equivale a vivirla solidariamente. El rico, encerrado en sus cosas, no veía a Lázaro, su riqueza le insonorizó la vida, le aisló. Lázaro estaba “fuera” de su mundo. El rico creía que no había otro mundo, pero lo había. La muerte le abrió a otra dimensión, y allí sí reconoció a Lázaro, pero ya era tarde. Quiere cambiar las cosas cuando ya no era posible. Pide señales para que sus hermanos no corran la misma desgracia, pero la señal ya ha sido dada: Jesús es la señal, la Palabra: “Escuchadlo” (Mt 17,5). Dos puntos centrales a destacar en esta parábola: la práctica de la misericordia y la prioridad de la escucha de la Palabra de Dios, que merece más credibilidad que ningún otro testimonio.
 


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