Sábado de la I semana del tiempo ordinario
San Antonio Abad
Primera lectura: 1 Sam 9,1-4. 17-19; 10,1a.
Había un hombre de Benjamín, de nombre Quis, hijo de Abiel, hijo de Seror, hijo de Becorat, hijo de Afij, hijo de un benjaminita. Era un hombre de buena posición. Tenía un hijo llamado Saúl, fornido y apuesto. No había entre los hijos de Israel nadie mejor que él. De hombros para arriba, sobrepasaba a todo el pueblo. Las borricas de Quis, padre de Saúl, se habían extraviado; por ello ordenó a su hijo: «Toma contigo a uno de los criados, ponte en camino y vete a buscar las borricas». Atravesaron la montaña de Efraín y recorrieron la comarca de Salisá, sin encontrarlas. Atravesaron la comarca de Saalín y el territorio benjaminita, pero no dieron con ellas. En cuanto Samuel vio a Saúl, el Señor le advirtió: «Ese es el hombre de quien te hablé. Ese gobernará a mi pueblo». Saúl se acercó a Samuel en medio de la puerta, y le dijo: «Haz el favor de indicarme dónde está la casa del vidente». Samuel respondió: «Yo soy el vidente. Sube delante de mí al altozano y comeréis hoy conmigo. Mañana te dejaré marchar y te aclararé cuanto te preocupa. Tomó entonces Samuel el frasco del óleo, lo derramó sobre su cabeza y le besó, diciendo: «El Señor te unge como jefe sobre su heredad. Tú regirás al pueblo del Señor y lo librarás de la mano de los enemigos que lo rodean.
Palabra de Dios.
Salmo: Sal 20, 2-3. 4-5. 6-7.
R/. Señor, el rey se alegra por tu fuerza.
Señor, el rey se alegra por tu fuerza,
¡y cuánto goza con tu victoria!
Le has concedido el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios. R/.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
y has puesto en su cabeza una corona de oro fino.
Te pidió vida, y se la has concedido,
años que se prolongan sin término. R/.
Tu victoria ha engrandecido su fama,
lo has vestido de honor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes,
lo colmas de gozo en tu presencia» R/.
Evangelio: Mc 2,13-17.
En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del mar; toda la gente acudía a Él y les enseñaba. Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dice: “Sígueme”. Se levantó y lo siguió. Sucedió que, mientras estaba él sentado a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”. Jesús lo oyó y les dijo: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.
Palabra del Señor.
Reflexión:
Sentarse a la mesa fue una de las técnicas evangelizadoras de Jesús. Con ello avanzaba el contenido del evangelio: propiciar la comunión, sin exclusiones. La venida del Hijo de Dios fue para buscar lo perdido. Y solo lo percibirán quienes sientan necesidad de salvación. Compartiendo la mesa con publicanos y pecadores, Jesús se muestra como comensal humanizador y salvador. Dios no discrimina a la hora de elegir, y Jesús tampoco. Leví, por su ocupación de recaudador, lo tenía todo en contra. Pero Jesús se acercó a su vida, le invitó y él respondió afirmativamente. La llamada de Dios no es mérito personal, es gracia. “No me habéis elegido vosotros a mí…”. Dios, y Jesús, eligen en caladeros insospechados: a unos pescadores, a un recaudador de impuestos… Y ser agraciados con la llamada debe inducirnos a la gratitud.