Sábado Ordinario 13ª Semana 3ª de Salterio

San Antonio María Zacarias

Primera lectura: Gén 27,1-5.15-29;

Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor: «Hijo mío». Le contestó: «Aquí estoy». Él le dijo: «Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después me preparas un guiso sabroso, como a mí me gusta, y me lo traes para que lo coma; pues quiero darte mi bendición antes de morir». Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo. Salió Esaú al campo a cazar para su padre. 

Luego Rebeca tomó un traje de su hijo mayor Esaú, el mejor que tenía en casa, y vistió con él a Jacob, su hijo menor. Con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan. Él entró en la habitación de su padre y dijo: «Padre». Respondió Isaac: «Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?». Contestó Jacob a su padre: «Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y come de mi caza; después podrás bendecirme». Isaac dijo a su hijo: «¿Cómo la has podido encontrar tan pronto, hijo mío?». Él respondió: «El Señor tu Dios me la puso al alcance». Isaac dijo a Jacob: «Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no». Se acercó Jacob a su padre Isaac, que lo palpó y le dijo: «La voz es de Jacob, pero los brazos son de Esaú». Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú. Así que le bendijo. Pero insistió: «¿Eres tú realmente mi hijo Esaú?». Respondió Jacob: «Yo soy». Isaac dijo: «Sírveme, hijo mío, que coma yo de tu caza; después te bendeciré». Se la sirvió y él comió. Le trajo vino y bebió. Entonces le dijo su padre Isaac: «Acércate y bésame, hijo mío». Se acercó y lo besó. Y, al oler el aroma del traje, le bendijo con estas palabras:

 «El aroma de mi hijo es como el aroma de un campo que bendijo el Señor. Que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y de vino. Que te sirvan los pueblos,

y se postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga».


Salmo: Sal 134,1b-2. 3-4. 5-6;

R/. Alabad al Señor porque es bueno

Alabad el nombre del Señor, alabadlo, siervos del Señor, que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios. R/.

 

Alabad al Señor porque es bueno, tañed para su nombre, que es amable. Porque él se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya. R/.

 

Yo sé que el Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses. El Señor todo lo que quiere lo hace: en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos. R/.


Evangelio: Mt 9,14-17.

En aquel tiempo, los discípulos de Juan se le acercan a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan». 


Reflexión:

La propuesta de Jesús no es ascética sino nupcial. Inaugura lo nuevo en todos sus contenidos. No es un zurcido ni un apaño. Desde su llegada hay que vivir ya de otra manera, a “su” manera, y otra vida, “su vida”. Con Él ha llegado “el cambio”. Es tejido nuevo, vino nuevo, odre nuevo. “Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo” (2 Cor 5,17; cf. Ap 21,4-5). Jesús no elimina los contenidos -oración, ayuno y limosna-, los renueva en su sentido y en sus formas (cf. Mt 6). Mientras esté con nosotros el novio, la vida es una “fiesta”; y el novio nos ha dicho que estará siempre con nosotros. Pero una fiesta peculiar, que no consiste en la diversión superficial sino en la conversión verdadera que alegra hasta a los mismos cielos (Lc 15,7).


  • Compártelo!