Domingo Ordinario 18 ª Semana 4ª de Salterio
Santa Lidia
Primera lectura: Qoh 1,2; 2,21-23;
Palabras de Qohélet, hijo de David, rey de Jerusalén. ¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—. ¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!
Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave dolencia. 22Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar; de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.
Salmo: Sal 94,1-2. 6-7. 8-9;
Escuchemos la voz del Señor.
Vengan, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R.
Entren, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. R.
Ojalá escuchen hoy su voz:
No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras. R.
Segunda lectura: Col 3,1-5. 9-11;
Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.
Evangelio: Lc 12,13-21.
Entonces le dijo uno de la gente: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes». Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
Reflexión:
A uno que quería convertirlo en mediador de herencias, Jesús aprovecha para instruirlo sobre algo que afecta a la “herencia” fundamental: la salvación. Con la parábola, Jesús denuncia la avaricia e invita a la sensatez, llamando a saber mantener el control sobre las cosas y a no ser controlados por ellas. El hombre rico llegó a la situación dramática de no ser él quien controlaba sus bienes, sino sus bienes los que le controlaban a él. Los bienes no son ni buenos ni malos, depende de quién sea el dueño de quién. En la parábola el dueño eran los bienes. A esa falta de discernimiento Jesús la llama necedad. La codicia le volvió insensato la insensatez, codicioso. ¿Cuáles son los valores que dan sentido a mi vida? ¿Es Dios el “ante todo”? ¿Cómo invierto mi vida?