Sábado Ordinario 17ª Semana 3ª de Salterio
Indulgencia de la Porciúncula, Ntra Sra. de los Ángeles
Primera lectura: Eclo 24,1-4. 16. 22-31;
La sabiduría hace su propia alabanza, encuentra su honor en Dios y se gloría en medio de su pueblo. En la asamblea del Altísimo abre su boca y se gloría ante el Poderoso. «Yo salí de la boca del Altísimo, y como niebla cubrí la tierra. Puse mi tienda en las alturas, y mi trono era una columna de nube. Como terebinto extendí mis ramas, un ramaje de gloria y de gracia. Quien me obedece no pasará vergüenza, y los que se ocupan de mí no pecarán». Todo esto es el libro de la alianza del Dios altísimo, la ley que nos prescribió Moisés como herencia para las asambleas de Jacob. No dejéis de ser fuertes en el Señor; permaneced unidos a él para que os fortalezca. El Señor todopoderoso es el único Dios, y fuera de él no hay salvador. Ella, la ley, rebosa sabiduría como el Pisón, como el Tigris en la estación de los primeros frutos; desborda inteligencia como el Éufrates, como el Jordán en tiempo de cosecha; derrama enseñanza como el Nilo, como el Guijón durante la vendimia. El primero no acabó de comprenderla, ni tampoco el último ha podido rastrearla. Pues su pensamiento es más ancho que el mar, y su consejo más profundo que el gran abismo. Y yo, como canal que deriva de un río, como acequia que atraviesa un jardín, dije: «Regaré mi huerto y empaparé mis eras». Y he aquí que el canal se me convirtió en un río, y el río se convirtió en un mar.
Salmo: Sal Lc 1,46-47.48-49. 50-51. 52-53. 54-55;
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humildad de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
Segunda lectura: Gál 4,3-7;
Lo mismo nosotros, cuando éramos menores de edad, estábamos esclavizados bajo los elementos del mundo. Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Evangelio: Lc 1,26-33.
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Reflexión:
La familia franciscana celebra hoy la fiesta de Ntra. Sra. de Los Ángeles (la Porciúncula). Denominación de una pequeña capilla, sita a las afueras de Asís, cuna de la Orden Franciscana, y particularmente querida por san Francisco, que obtuvo del Papa Honorio III la concesión de una indulgencia plenaria para el perdón de los pecados para quien la visitara observando las normas habituales establecidas: confesión, comunión y oración por la intenciones del Papa. Indulgencia extendida posteriormente a todas las iglesias franciscanas. El Evangelio presenta el relato de la Anunciación del ángel Gabriel a María, comunicándole la gran “indulgencia” de Dios en la plenitud de los tiempos: la encarnación de su Hijo para redención de los pecados. Agradezcamos esa “indulgencia” y acojámonos a nuestra Madre, y pidámosla, bajo esta advocación, la gracia de la conversión.