Bestiario, bestia, quizá palabra algo agresiva para el sonido, para dirigirnos a esos animales a los que Francisco llamaba “hermanas y hermanos”, y que lo hacía con tanto afecto, sin falsedad alguna, de sentirlas realmente fraternales.
Sabía Francisco que él, y esas criaturas, venían de un mismo origen, que todas, por igual, eran criaturas de Dios. Todos por igual pertenecían a una misma naturaleza, todas criaturas y vivientes en una misma naturaleza. Francisco y todas ellas venían a formar una gran hermandad, protagonista cada cual de su propia vida, distintos, pero hermanos, y esa era la gran vivencia de Francisco, todos por igual en el mismo paisaje de la naturaleza.
Posiblemente bastaría despojarnos de toda autosuficiencia, volver a un vivir más en simplicidad, para alcanzar a sentir ese comportamiento fraternal, que quizá todo ello fuera posible, como lo fue en verdad en Francisco.
El bestiario del que habla Francisco lo recogemos de los escritos franciscanos de los primeros tiempos, los siglos 13 y 14.
PRÓLOGO
Francisco hablaba, predicaba a esas criaturas, y a la vez escuchaba sus respuestas, descifraba sus particulares lenguajes, y de todas ellas venía a aprender.
Esta relación fraternal con los animales bien la podría tener todo hombre si tuviera la inocencia y bondad de Francisco. Pero si a tanto no llegara, quizá pudiera sentir cierta cercanía de esta vivencia si le fuera posible entrar en paraje en donde los animales no tuvieran la memoria de haber sido perseguidos.
Digamos que esas aves no tienen el recuerdo de haber sido perseguidas, que no hayan sentido la agresividad del hombre, nunca perseguidas, y entonces y ahí, se te podrán acercar, se te acercarán, y si estás comiendo, se te acercarán más, querrán comer aquello que tu estás comiendo, te mirarán, insistirán en su mirada, porfarán entre tus mismos dedos, meterán su cabeza en la bolsa de tu plástico, y tu sentirás una novedad en tu vida, y verás que ellas, esas criaturas, esas aves, te verán a ti como una buena persona, amiga, también hermana, que no hay maldad en tu vida, y hasta es posible que tu mismo vengas a creértelo, que ahí estás sintiendo ser realmente una buena persona, que ellas te hablan y tú lo recibes, y todo ello por estar en buena convivencia con la naturaleza.
Tanta novedad y la gozosa vida que ahora nos descubrimos está por esta nuestra relación con los animales, que ahora los sentimos cercanos y también hermanados con nosotros, a no sentirnos ajenos en esta tierra tan ancha de nuestro mundo. ¡Que los vientos y temperaturas vengan ya a crear en nosotros el sentimiento de una fraternidad universal! Todo ello, siempre ejemplo para nosotros, por tanta apetencia de enriquecernos, de añadidos, de dinero, acumuladores, nunca saciados, de más dineros, y tantas veces para la propia ruina, por tanto olvido de una vida más en la naturaleza.
Esta vida animal, y toda la naturaleza, en su aparente elementalidad, está y vive en un continuo derroche, nunca aburre, y el hombre ahí siempre podrá recibir una abundancia de vida y de felicidad. Tanto bestiario, y tan fácil para endemizarse, diversifcarse, hacerse a todo lugar y tiempo.
Con sus sentidos tan abiertos, despiertos, instantáneos, cuerpos y materia cargada de vida.
Tan razonables, y aún con la ausencia de toda razón.
Tanto paraíso, y ya perdido, por nuestra propia culpa.
Todo en homenaje al Hermano Francisco.
Antonio Oteiza
Capuchino